A principios de 1917, superado ampliamente el ecuador de la Primera Guerra Mundial, la situación de Alemania empezaba a ser desesperada y el káiser Guillermo autorizó una nueva estrategia para combatir en el mar y para hacer frente a la cada vez más abrumadora superioridad de sus enemigos: una guerra submarina abierta y sin restricciones en la que cualquier buque sería susceptible de resultar torpedeado. Como consecuencia de ello, el porcentaje de hundimientos de mercantes británicos -una quinta parte hasta entonces- se disparó a una media de 23 semanales, que sumaron casi un millar al final de ese período.
Para Gran Bretaña, navegar se convirtió en un riesgo serio de acabar en el fondo del océano si algún U-Boot rondaba cerca, así que se imponía tomar algún tipo de medida para contrarrestar la situación. Uno de los intentos de respuesta fue la llamada Dazzle Section, una nueva división naval mercante que le fue presentada al rey Jorge V a finales de octubre durante una visita por el puerto. El monarca pudo ver in situ una pequeña nave que, a manera de modelo, había sido pintada de una forma completamente diferente a lo visto hasta entonces y, desde luego, muy alejada del clásico gris metal.
De hecho, resultaba bastante estrambótica, con una auténtica explosión de rayas en contrastante blanco y negro dispuestas en todas direcciones. El barquito estaba colocado sobre una plataforma giratoria pero de forma que a su alrededor sólo se viera mar, tal cual estuviera navegando. Invitaron entonces a Jorge V a que calculara su orientación observando por un periscopio que se encontraba a 3,5 metros de distancia. El soberano había servido en la Royal Navy antes de suceder en el trono a su hermano mayor, por lo que sabía lo que hacía: «Sur-oeste» fue su contestación.
Norman Wilkinson, jefe del nuevo departamento, le corrigió: «Este-sureste». No es que el rey hubiera perdido facultades; es que había sido engañado por la insólita pintura del barco. El efecto Dazzle, palabra traducible como deslumbramiento, se basaba en una novedosa idea: en vez de camuflar el navío, algo que resultaba imposible ante los submarinos, hacía lo contrario, que era remarcar su presencia pero para confundir al enemigo y camuflar su rumbo y posición.
Esto se explica porque los artilleros de los U-Boote tenían que disparar desde una distancia aproximada de 1.900 metros, no sólo para no exponerse a ser descubiertos sino también porque los torpedos requerían recorrer una distancia mínima antes de armarse. De ahí la necesidad de calcular con cierta precisión dónde estaría el objetivo según su derrota; aparte de disponer de sólo medio minuto para todo ello -so pena de que la estela del periscopio fuera avistada- y de que los submarinos únicamente llevaban una docena de torpedos que no se debían desperdiciar.
Según Wilkinson, aquella pintura podía distorsionar la posición del barco, a ojos de un submarino, entre 8 y 10º. Suficiente para hacerle fallar el tiro -bien total, bien parcialmente- y ponerse a salvo. El contraste de capas de colores dispuestas en formas geométricas confunden la visión y hacen difícil calcular las dimensiones del buque, sus formas y su dirección. Por ejemplo, pintando curvas en determinados sitios se crea la sensación de una roda tajando las olas, al imaginar la proa donde en realidad no está. Para el observador resulta complicado establacer dónde se hallan exactamente los extremos de la nave, si hay más de una, qué parte es la proa y cuál la popa… Unas rayas pintadas en la chimenea inducen a pensar que lleva un rumbo opuesto al verdadero.
El efecto Dazzle es un concepto que se suele definir como de perspectiva inversa o forzada, una ilusión óptica parecida a la de la típica foto de un turista sujetando la Torre de Pisa. No obstante, el sistema tenía sus limitaciones y sólo era útil contra los submarinos, ya que éstos obsevaban a través de un periscopio y desde abajo, pero superaba todos los intentos anteriores para camuflar barcos, algunos tan sorprendentes -y poco prácticos- como recubrirlos de espejos, taparlos con lonas que asemejaban nubes o islas e incluso disfrazarlos como ballenas (!).
Wilkinson, pintor aficionado (foto anterior) y marino que se había alistado como voluntario al estallar la guerra, recogió y perfeccionó la idea sobre camuflaje que antes había formulado sin demasiado éxito un naturalista escocés llamado John Graham Kerr. Aquel pequeño barco que engaño a Jorge V, bautizado HMS Industry, fue botado en mayo de 1917 para ampliar el experimento: tenía que navegar por la costa británica para comprobar cómo lo distingúian los patrulleros y guardacostas. Los resultados debieron ser satisfactorios porque en octubre se le pidió a Wilkinson que preparara el camuflaje de medio centenar de buques de transporte de tropas.
Un equipo compuesto por 19 personas, entre ellas 5 artistas y otras 11 estudiantes de arte -una de las cuales terminaría siendo la señora Wilkinson-, preparó los diseños que debían aplicarse a los barcos. Todos diferentes para evitar que las tripulaciones alemanas se acostumbraran a ellos y porque debían adaptarse a las características morfológicas de cada unidad. Del papel se pasaron a modelos a escala para comprobar que daban el resultado apetecido y de ahí a los auténticos buques, pintados en dique seco. Para el mes de junio de 1918 se habían camuflado 2.300 unidades, que serían el doble antes de acabar la guerra.
También se intentó aplicarlo a los barcos de Estados Unidos. Sin embargo, parece ser que los militares estadounidenses no se lo tomaron demasiado en serio, salvo los que lo consideraron directamente ofensivo. Se conserva correspondencia de algunos mandos en los que constan burlas al respecto, llamando a las embarcaciones así pintadas jazz ships . No sólo los militares; la prensa en general se tomó el asunto a chirigota, con caricaturas y alusiones simplonas al arte contemporáneo y a Picasso. No ocurrió igual con las compañías aseguradoras: se redujeran o no los hundimientos, sí que se notó que el sistema subía la moral a bordo y, en consecuencia, rebajaron sus pólizas.
Al respecto hay cierta polémica. Las estadísticas recogidas por el Almirantazgo británico registraron un 10% menos de hundimientos en el primer trimestre de 1918 respecto al mismo período del año anterior: un 62% frente a un 72%. Sin embargo, durante el trimestre siguiente se invirtió ese resultado. En 1919 se hizo un estudio de laboratorio en condiciones similares a las que afrontó Jorge V y pareció confirmarse que el modelo inducía a errores de hasta 58º, lo que resulta significativo porque, como decíamos antes, 10º se consideraban suficientes para errar el tiro. En 2011, la Universidad de Bristol hizo un nuevo estudio y también sacó conclusiones positivas, aunque los expertos creen que nunca se podrá determinar con exactitud si la extraña pintura incidió o no en los ataques alemanes.
Al acabar el conflicto Wilkinson y Kerr mantuvieron cierto enfrentamiento por la paternidad de la idea, que se zanjó con la victoria del primero reconocida por la Marina. Pero no tardó en estallar la Segunda Guerra Mundial y la pintura Dazzle tuvo ocasión de volver a vivir una nueva edad dorada. Efímera, eso sí, porque se impuso la realidad de que mantenerla tanto tiempo era muy costoso, así que se retornó a los cascos de sobrio color gris.
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