El Cenotafio de Newton ideado por Boullée que pudo eclipsar a las pirámides de Egipto

Sorprendente arquitectura, la de ese dibujo del encabezamiento ¿verdad? Se trata del que probablemente fue el diseño más atrevido de su autor, el francés Étienne-Louis Boullée, un visionario arquitecto que vivió en el siglo XVIII (entre 1728 y 1799) y que con dicho proyecto pretendía homenajear a uno de los grandes científicos de la Historia, el inglés Isaac Newton.

Boullée formó parte de la Real Academia de Arquitectura de París y fue arquitecto del rey prusiano Federico II el Grande. Sin embargo, la mayor parte de los edificios que diseñó se han perdido y apenas podemos contemplar más que un par de ellos, como el Hôtel Alexandre y el Hôtel de Brunoy, ambos en la capital gala.

Eso sí, conservamos algunos conceptos que desarrolló en su última etapa profesional y que rompen con el sobrio estilo neoclásico que había adoptado hasta entonces.

Foto dominio público en Wikimedia Commons

En ese nuevo marco estilístico, desarrollado al amparo de la École Nationale des Ponts et Chaussées en la década 1778-1788, optó por una arquitectura totalmente distinta a la vista hasta entonces: fantástica, rompedora y colosalista, conservando rasgos neoclásicos pero sublimándolos hasta el extremo y combinándolos tanto con un geometrismo muy marcado como con una especie de abstracción casi desnuda de ornamentación. Visualmente, el efecto era muy similar a un decorado de ciencia ficción.

Algunos de los proyectos que resultaron de esa tendencia, aunque no llegaron a realizarse, fueron la Bibliotheque du Roi (imagen inferior), un espigado fanal que imitaba la imagen clásica helicoidal de la Torre de Babel, un cenotafio piramidal (imagen anterior), un colosal teatro operístico… Pero la verdadera obra maestra -y me refiero al plano teórico porque tampoco se concretó- fue el citado Cenotafio de Isaac Newton. Los bocetos, que Boullée realizó en tinta, se guardan en la Biblioteca Nacional de Francia y si bien interesaron a los arquitectos dieciochescos, hasta el punto de que se publicaron impresos, en realidad hicieron que su autor fuera calificado de excéntrico.

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El cenotafio en cuestión presentaba la forma de una gigantesca esfera de ciento cincuenta metros de altura, lo que hubiera convertido ese edificio en el más grande jamás construido hasta entonces, ya que la Gran Pirámide no pasaba de ciento treinta y nueve metros y la catedral de Estrasburgo, por ejemplo, se situaba en ciento cuarenta y dos. No extraña, pues, que a Boullée se le acusara también de megalómano. Claro que hay megalomanías y megalomanías.

Exteriormente sólo se veía la mitad superior de la esfera porque el resto quedaba detrás de unas estructuras anillares perimetrales, adornadas con filas de cipreses, acordes al carácter funerario del conjunto. Éste se remarcaba con el sarcófago de Newton, situado en el eje inferior, en el punto de contacto de la esfera con tierra.

Por dentro estaba hueca y su bóveda perforada, de manera que no sólo proporcionaba luz natural al interior sino que, además, de noche adoptaba el aspecto de un planetario, reforzado por la luz de una gran lámpara colgante que, de paso, metaforizaba la luz aportada por el astrónomo (fallecido sesenta años antes) a la Ilustración.