A finales de abril de 1945 y durante diez días los aliados llevaron a cabo la misión aérea operada por bombarderos más peligrosa de toda la Segunda Guerra Mundial. Y no se trataba de bombardear objetivos estratégicos, todo lo contrario, se trataba de una misión humanitaria.
En la primavera de ese año 1945, con los ejércitos aliados ya cerca de Hannover y más allá de Francfort, todavía quedaban en manos de los alemanes buena parte de los Paises Bajos, incluyendo ciudades como Amsterdam, Rotterdam y La Haya, bajo el control de más de 120.000 soldados nazis.
Unos 3 millones y medio de holandeses sufrían los efectos del bloqueo de alimentos impuesto por los alemanes a raíz de la huelga ferroviaria de finales de 1944. A eso se sumaba que la destrucción de diques había inundado buena parte de las granjas costeras. El hambre se extendía entre la población que recurría a comer bulbos de tulipán fritos e incluso cocían su propio pelo para beber luego el agua con las proteínas. En abril de 1945 los británicos estimaban que más de medio millón de holandeses estaban al borde de la muerte.
La familia real holandesa, exiliada en Londres, realizó peticiones de emergencia a los gobiernos británico y estadounidense para que actuasen evitando una catástrofe como no se había visto en Europa Occidental desde la Edad Media. Roosevelt, que moriría semanas después, respondió el 21 de marzo a la reina Guillermina que no abandonaría al país del que era originario.
El 29 de abril los británicos comenzaron su propia operación, llamada Manna (por el maná bíblico). Dos bombarderos Lancaster de la Royal Air Force tripulados por británicos, australianos, neozelandeses, polacos y canadienses, llevaron hasta Holanda alimentos de primera necesidad. Dos días más tarde, el 1 de mayo, solo unas pocas horas antes de que Hitler se suicidase, la primera fortaleza volante B-17 norteamericana iniciaba la Operación Chowhound.
En su libro sobre la operación Stephen Dando-Collins afirma que esta fue la más peligrosa misión llevaba a cabo por bombarderos en toda la guerra. Parece extraño pues se trataba de una misión humanitaria. Pero hay que tener en cuenta varios factores.
La primera es que las tripulaciones no sabían con que se iban a encontrar. Les habían dicho que los alemanes habían aceptado no abrir fuego contra ellos. Pero en realidad el acuerdo no se firmó hasta cuatro días después de comenzada la misión.
Luego, los bombarderos tenían que volar muy bajo, entre 90 y 120 metros de altitud y hacerlo lo más despacio posible para poder arrojar la ayuda. Si los alemanes hubieran abierto fuego en esas condiciones las posibilidades de supervivencia hubieran sido mínimas.
Pero los alemanes cumplieron. El gobernador nazi de los Países Bajos, Arthur Seyss-Inquart había dado la orden de no abrir fuego contra los aparatos que volasen en corredores aéreos específicos, posiblemente sabiendo ya lo que le esperaba.
Así, durante diez días, pilotos acostumbrados a volar a más de seis mil metros de altitud volaron tan bajo que pudieron establecer contacto visual con los soldados alemanes que seguían su rumbo con sus armas antiaéreas. Y también con los holandeses que les saludaban mientras depositaban bolsas y cajas con chocolate, margarina, café, leche en polvo, sal, queso y harina sobre campos y aeródromos a lo largo de todo el país.
En el punto álgido de la misión más de 900 bombarderos surcaron los cielos holandeses en misión humanitaria. Ninguno fue derribado, aunque si alcanzado por fuego esporádico. Tan sólo uno se estrelló, debido a un fallo mecánico, muriendo sus 11 ocupantes.
En total los británicos realizaron más de 3.000 vuelos y los norteamericanos más de 2.200. Se transportaron más de 11.000 toneladas de alimentos, salvando miles de vidas y estableciendo el precedente del puente aéreo de Berlín en 1948 y de todas las misiones humanitarias que habrían de venir años más tarde.
Seyss-Inquart, el gobernador nazi que dio la orden de no disparar, fue juzgado y condenado como criminal de guerra en Nuremberg, y ejecutado posteriormente.
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