A veces la Naturaleza se empeña en hacer labores de arquitecto o de diseñador de producción de alguna película fantástica y nos regala formaciones geológicas que parecen salidas de la mente de Gaudí o servirían de decorado de una ciudad futurista. Es el caso de la columnata del lago Crowley, en el condado de Mono, California (EEUU).
Situada a pocos kilómetros de Mammoth Lakes, lugar famoso por la volcánica proximidad del Monte Santa Helena, en realidad no se trata de un lago natural sino semi-artificial, originado en 1941 por la construcción de una presa de setenta y cuatro hectáreas en el río Owens y destinada a surtir de agua a Los Ángeles y su entorno.
El nombre hace referencia a John J. Crowley, un personaje local que convenció a los vecinos de la región de que el desvío de aguas no sólo no les arruinaría sino que les abriría un nuevo nicho económico gracias al lago: el turismo.
En efecto, son muchos los visitantes que se acercan por allí a contemplar aquel extraño espectáculo de miles de columnas cilíndricas, algunas de ellas de considerable altura (hasta nueve metros), que sostienen mnediante arcos una gigantesca plataforma pétrea, como imitando la sala hipóstila de un templo egipcio.
Los cálculos apuntan a que hay unos 5.000 de estos extraños pilares, a veces solitarios, a veces agrupados, con múltiples tamaños, formas y colores hasta cubrir una superficie de casi 8.000 metros cuadrados.
Considerada un enigma científico durante mucho tiempo, la columnata del lago Crowley se descubrió precisamente en 1941, al bajar el nivel de las aguas. Sin embargo la explicación científica a su formación no llegaría hasta el año pasado, cuando la Universidad de Berkeley realizó un estudio geológico detallado, con análisis de las rocas mediante microscopio electrónico y rayos X. Sus conclusiones fueron que esas curiosas pilastras se formaron hace unos 760.000 años.
¿Cómo? Pues mediante la aparición de corrientes de convección, cálidas y verticales, que fueron solidificadas por los minerales a espacios regulares. Ocurrió cuando el agua resultante de la fusión de la nieve se filtró en el subsuelo en combinación con el vapor que desprendían las cenizas volcánicas calientes, resultantes de alguna erupción; erupción, por cierto, que debió ser miles de veces más fuerte que la del Santa Helena.
En ese largo y complejo proceso intervino también la fuerza del agua erosionando la roca más blanda (piedra pómez) y dejando la dura en forma de tubos.
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.