Sitúense en el contexto histórico y geográfico. Lugar: las Islas Orcadas, al norte de Escocia. Época: mediados de la Segunda Guerra Mundial. Protagonistas: los prisioneros italianos recluidos en ese archipiélago para que ayudasen en los trabajos de construcción de las llamadas Churchill Barriers, una serie de diques que debían cerrar la bahía de Scapa Flow para mantener a salvo de los submarinos alemanes a la flota aliada, que tenía su base en aquel lugar.
Por uno de esos diques, que se conservan hoy y sirven de puente entre isla e isla se pasa de South Ronaldsday (en concreto de St. Margaret’s Hope, donde atraca el ferry que llega desde Gran Bretaña) a Burray y de ahí a un pedazo de tierra denominado Lambholm, donde se puede visitar una de las iglesias cristianas más raras que hayan visto nunca: la Italian Chapel o Capilla Italiana.
De frente, la fachada, no presenta nada especial. Pero si uno la contempla desde un lado comprobará que se trata de un simple barracón militar de chapa. La razón es sencilla: los mencionados prisioneros italianos, básicamente pertenecientes a la División Mantua y al Cuerpo de Blindados capturados en África (Tobruk y Bengasi) pero transformados en el Quinto Batallón de Trabajo, solicitaron permiso para erigir una iglesia católica. De hecho, ya se las habían arreglado para embellecer el conocido como Campo 60, plantando flores alrededor, hormigonando senderos, etc.
Evidentemente, no se iban a poner a hacer un templo de piedra porque hubiera acabado la guerra antes, como tampoco podían recurrir a la madera al no haber casi árboles en las Orcadas. Así que juntaron extremo con extremo dos barracones semicilíndricos prefabricados (modelo Nissen) a los que trataron de maquillar lo más posible.
Ello se nota en la referida fachada, que sí es de piedra, pero sobre todo en el interior, al que dotaron de pinturas al fresco en la paredes (previamente recubiertas de yeso), vidrieras, cancelas de hierro, candelabros y toda la parafernalia habitual de los templos cristianos.
Lo gracioso es que, aparte de hacerlo sólo en su tiempo libre, tuvieron que recurrir a cualquier material que pudieran obtener: parte del hormigón que usaban para fabricar los diques, chatarra, restos de barcos encallados… Todo bajo la entusiasta dirección del padre Gioachino Giacobazzi, trasladado allí en septiembre de 1943, y el arte de un soldado llamado Domenico Chiocchetti, de cuya autoría también se conserva la estatua de San Jorge y el dragón que se ve a pocos metros frente la capilla.
Aunque se celebraron algunos oficios religiosos, ante el inminente final de la guerra y los cambios habidos en Italia en 1944 los prisioneros fueron repatriados y las obras del santuario quedaron inconclusas, así que Chiochetti decidió quedarse para rematar el trabajo.
Hizo falta restaurarla en 1958, algo a lo que contribuyó un comité local formado por los propios habitantes de las Orcadas, de los que nada menos que doscientos asistieron a la misa de reapertura oficiada en 1960.
Los supervivientes de aquel grupo de prisioneros regresaron en 1992 para conmemorar el quincuagésimo aniversario. Seguro que nunca imaginaron que aquel proyecto levantado durante su cautiverio terminaría convirtiéndose en uno de los atractivos turísticos del archipiélago. Claro que entonces tampoco se les pasaría por la cabeza que aquel lugar pudiera atraer visitantes; el turismo aún no había eclosionado y la coyuntura no parecía precisamente favorable.
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