Konarak no suele estar dentro de los grandes circuitos turísticos de la India, ya que la mayor parte de éstos se centran en recorrer las regiones del centro-norte del país mientras que esta ciudad se encuentra en la costa noreste, asomada al Golfo de Bengala. Sin embargo, es allí donde se localiza uno de los monumentos nacionales más atractivos y fotogénicos: el Templo de Suria.

Suria, que de acuerdo con la tradición védica tiene muchos más nombres, es el dios hindú del Sol. Por tanto, una divinidad benefactora que a menudo se representa de oro por la asociación visual que supone el tono de este metal precioso con los rayos solares.

Y aunque su culto no sea tan generalizado como el de otros personajes, sí que ha dejado una buena nómina de templos levantados en su honor; entre otras cosas porque a Suria se le atribuyen facultades curativas, especialmente en enfermedades de la piel, ceguera e infertilidad.

Vista nocturna/Imagen: Santosh. pati en Wikimedia Commons

Así pues, no extraña que el templo de Konarak sea uno de los más importantes para sus devotos… y para cualquier visitante, dada la rica decoración que presenta y que de un tiempo a esta parte se puede apreciar en toda su belleza, gracias a una restauración que eliminó la capa de suciedad que la oscurecía y que había llevado a los portugueses a denominarlo la Pagoda Negra: preciosos relieves recubren prácticamente todos sus muros en un horror vacui muy característico del estilo Orisa, que fue el predominante en la India entre los años 850 y 1200 d.C.

La construcción, con su eje orientado hacia el sol, por supuesto, se inició a mediados del siglo XIII durante el reinado de Narasimha Deva I, si bien no se sabe la causa con exactitud: presumiblemente para agradecer a Suria algún favor, quizá la curación de la lepra, quizá haber propiciado el nacimiento de su hijo Bhanu, aunque también hay quien apunta a la celebración del rechazo a un intento de invasión musulmana.

Una rueda, en detalle/Imagen: Phadke09 en Wikimedia Commons

El caso es que el aspecto actual es más modesto que el original, ya que antes contaba con una espectacular shikara (una especie de torre-cúpula), típica de las construcciones hindúes, que se perdió sin que esté claro si fue por un terremoto o por degradación progresiva.

Queda, pues, el templo principal (en realidad también el Nata Mandir, un pabellón exento para la danza que está en ruinas), de arenisca roja, que tiene forma de carro solar procesional tirado por siete colosales caballos de piedra y flanqueado por estatuas de elefantes, alguno de los cuales lleva leones encima; consecuentemente, su zócalo está circundado por veinticuatro enormes ruedas de ocho radios, con un diámetro de tres metros y labradas también en piedra.

Todo eso constituye sólo uno de los múltiples motivos artísticos que pueden verse en los relieves del edificio, entre ellos personajes del hinduismo (dioses, ninfas…), escenas de la vida cortesana y belica, una amplia representación faunística y vegetal, etc. Al igual que en el Templo Visvanath de Khajuraho, también se puede contemplar una temática erótica totalmente explícita, con prácticas sexuales de todo tipo (posturas tántricas, sexo oral, tríos, zoofilia, etc) que revela la distinta concepción del asunto en aquella cultura respecto a occidente.

Relieves eróticos/Imagen: Paramanu Sarkar en Wikimedia Commons

El templo formaba un triángulo religiosos del que los otros dos vértices eran el de Bubaneshwar y el de Puri (este último conocido como la Pagoda Blanca, en contraposición al de Suria, por estar recubierto de estuco) y se encontraba al borde del mar, si bien ahora está algo alejado por una lengua de arena. Fue abandonado en el siglo XVI pero ha recuperado su esplendor y desde 1984 forma parte del Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.


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