Hace un par de años publicamos aquí un artículo en el que reseñábamos una interesante exposición del Metropolitan Museum de Nueva York que estaba dedicada a los fotógrafos que plasmaron en imágenes la Guerra de Secesión de Estados Unidos, con el célebre Mathew Brody a la cabeza.
Pero, en contra de lo que muchas veces se cree, ese conflicto no fue el primero de la Historia en ser retratado. La Guerra de Crimea tuvo ese dudoso honor una década antes y dejó para la posteridad las obras de dos pioneros del tema: Roger Fenton y James Robertson.
Fenton, inglés, nació en 1819 y era de familia acomodada, de industriales y abogados. Estudió artes en la Universidad de Oxford y, aunque también probó con las leyes, se decantó por la pintura, consiguiendo exponer en la Royal Academy en 1849, 1850 y 1851.
Pero ese último año se abrió un nuevo mundo a sus ojos cuando vio una serie de fotografías en la Gran Exposición Universal de Londres. Rendido totalmente ante aquel nuevo formato, viajó a París para aprender la técnica con los mejores del momento, como Gustave Le Gray. Después hizo una gira por Europa poniendo en práctica lo aprendido.
De regreso a Londres, fundó la Photographic Society, germen de lo que poco después sería la Royal Photographic Society, bajo patrocinio del príncipe Albert, marido de la reina Victoria. Fue éste quien, en 1854, le animó a ir a Crimea para registrar la guerra con su cámara.
Fenton aceptó entusiasmado, embarcó en el HMS Hecla y llegó a Balaclava el 8 de marzo; se quedaría hasta mediados de junio y durante esos tres meses se convirtió en el primer reportero gráfico que ha existido.
Bien es cierto que su testimonio no era tal vez como el de sus colegas actuales por una serie de limitaciones. La primera, de tipo técnico: al igual que le pasaría a Brody en EEUU, las cámaras de entonces no podían fotografiar el movimiento debido a la necesidad de una exposición larga (20 segundos), lo que obligaba a hacerlo sólo con paisajes o posados.
Pero la segunda limitación era más grave: al contrario que Brody, que plasmó montones de soldados muertos y mutilados de ambos bandos removiendo la conciencia de los espectadores, Fenton no tiene en su obra un solo cuerpo ni una escena desagradable.
La explicación es sencilla: la Guerra de Crimea era muy impopular en Gran Bretaña (se registraron unas 20.000 bajas de un total de 98.000 británicos enviados) y los crudos reportajes que escribía el corresponsal de The Times, William Howard Russell, no servían precisamente para levantar el ańimo. Así que la oferta del príncipe Albert llevaba, implícita o explícitamente, el mostrar una cara más amable de la situación de las tropas nacionales en aquel rincón del mundo tan alejado.
Así, Fenton no registró las penosas condiciones que tuvieron que soportar, en buena parte por la desastrosa desorganización: frente al aliado ejército francés, que lo había planificado todo perfectamente, el británico era un caos en todos los sentidos: no se llevaron uniformes de invierno, no hubo cocinas de campaña hasta que se adoptó un modelo propuesto por un célebre chef, la sanidad resultaba temible y ahí surgió la figura de Florence Nightingale, los mandos (generalmente nobles que habían comprado el cargo) no compartían penalidades con la tropa…
A pesar de todo, la experiencia del fotógrafo fue memorable porque, salvando esa cara negativa, documentó la vida cotidiana del frente, retrató a numerosos soldados en sus quehaceres normales y a oficiales en sus campamentos, plasmó escenarios de las batallas que luego fueron útiles para reconstruir el desarrollo de éstas y, lo más importante quizá, lo hizo llevándose su propio laboratorio portátil, una curiosa cámara oscura montada sobre un carro de caballos (es el de la imagen, con su ayudante, Marcus Sparling).
En total consiguió más de 350 negativos de gran formato, la mayor parte de los cuales reveló y exhibió en una exposición itinerante que organizó a su regreso. Sorprendentemente, no tuvo éxito e incluso terminó chocando con algunos colegas de profesión porque no quería vender imágenes exclusivas al no necesitar el dinero, mientras que ellos sí.
Además, la fotografía no era considerada un arte y en la nueva Exposición Universal que acogió Londres en 1862 fue relegada de la zona artística a la técnica.
Fenton no le vio futuro a la cosa, vendió su equipo y se dedicó a la abogacía. Falleció en 1869 y fue enterrado en la iglesia de Potter’s Bar (Hertfordshire) pero nadie se percató de que su tumba se encontraba allí cuando demolieron el templo cien años más tarde y sus restos mortales se perdieron para siempre.
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