Uno de los lugares más destacados de la Antigua Grecia es la acrópolis micénica de Tóricos, una ciudadela fortificada que domina el puerto natural de Lavrio, al sur de la región de Ática. Un sitio estratégico no sólo por lo recogido del paraje, que estaba protegido de forma natural por una pequeña isla llamada Macri, sino también porque de allí se extraían minerales como plata y plomo, por lo que estaba habitado ya -y explotado- desde tiempos neolíticos.
Sin embargo, y pese a que algunas se remontan a la época Heládica temprana (tholos fundamentalmente), la mayor parte de las ruinas que se conservan de Tóricos corresponden a un período posterior, que dataría de los siglos V y VI a.C. y que incluyen un templo, un teatro, varias casas, stoas, talleres, etc.
El lingüista y arqueólogo estadounidense Samuel Walter Miller fue el primero en realizar excavaciones en la ciudad, allá por el año 1886. Utilizó una plantilla de varias decenas de peones a los que pagaba un dracma diario porque contaba con un exiguo presupuesto de apenas trescientos dólares. Aquella expedición fue considerada un fracaso por el propio Miller; sin embargo, no opinaron así estudiosos posteriores, quienes pensaron que su trabajo había conseguido esclarecer muchos puntos oscuros de la Historia griega.
El caso es que esos descubrimientos tienen hoy su continuación mediante una misión belga que acaba de ver coronado por el éxito su esfuerzo al descubrir una compleja red de galerías, cámaras y pozos en el subsuelo de Tóricos. Son nada menos que cinco kilómetros de conductos subterráneos revestidos de mármol y de pequeñas dimensiones, con una altura que a menudo no supera los treinta centímetros, lo que obligó a usar drones para su exploración.
El preofesor Roald Docter, de la Universidad de Gante, que colabora en los trabajos con las de Atenas, Utrecht y el Epghorate ático, explica que el uso de esa trama era minero. En su opinión, la mayoría de quienes extraían el mineral de las entrañas de la tierra eran esclavos que operaban en durísimas condiciones, con calor asfixiante, escasez de luz, aire viciado, material muy primitivo y vigilancia estrecha. Aún se ven las marcas de las herramientas en las paredes y se encuentran restos de lámparas de aceite.
Las galerías se desarrollan por varios niveles superpuestos y su estructura permite imaginar cómo fue la evolución de la actividad minera con el paso de los tiempos. El hallazgo de cerámica y martillos de piedra volcánica, fabricados en una cantera cercana, es una referencia para la datación cronológica entre la etapa final del Neolítico y la inicial del Heládico, sobre el año 3200 a.C. Esta fecha, si se confirma con investigaciones complementarias, revolucionaría las conocidas hasta ahora para la actividad minera en el ámbito del Egeo.
La fase Clásica, es más perceptible, lógicamente, al ser también más reciente (siglo IV a.C). Mejor excavada y estructurada, en algunas paredes incluso han aparecido inscripciones de entonces. Es en la que los arqueólogos están trabajando actualmente, descubriendo ejes que conectaban los dos niveles principales pese a la dificultad de acceso, que obliga a recurrir a técnicas de escalada y espeleología.
La investigación en curso no sólo tiene como objetivo estudiar esos túneles subterráneos; también busca comprender la tecnología minera de aquellos primeros pasos de la civilización griega, junto con la extracción, procesamiento y gestión de esos recursos.
Fuentes
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