Los bosques siempre han tenido un carácter enigmático e insondable, de ahí que antaño, en tiempos paganos, se los considerase lugares sagrados. Perdida hoy esa condición religiosa, mantienen cierta magia derivada de la belleza de su vegetación.
De la omnipresente aunque a menudo invisible fauna que los habita, de los sonidos del viento al batir las ramas, de la crepitante hojarasca que tapiza el suelo al ser pisada por el visitante, de la oscuridad que preserva su misterio al tamizar la entrada de rayos de sol.
Es algo común a casi todas las masas arbóreas del mundo, sean de climas fríos o tropicales, se adscriban a selvas ecuatoriales o a bosques atlánticos. Pero hay algunos sitios que revisten un encanto especial, a menudo por razones difícilmente explicables que van más allá de la razón y obedecen más bien a cuestiones estéticas o más etéreas aún.
1. O Fendoal (Galicia)
Un buen ejemplo de lo dicho es el que a menudo se describe como bosque encantado, que se encuentra en el concejo gallego de Cangas de Morrazo. Más concretamente en un pazo llamado O Fendoal, una finca de caza y asueto que era propiedad de los condes de Canalejas hasta que se la donaron al municipio para su apertura al público. En realidad, el pazo propiamente dicho, es decir, la mansión, conocida como Casa Torre de Aldán, quedó desgajada del resto del terreno por la construcción de la carretera PO-315 atravesando el lugar. Pero la arboleda sí está a disposición, como un parque visitable.
El recorrido por la floresta permite al paseante descubrir algunos elementos arquitectónicos cuyo estado semiruinoso y recubierto de musgo no hace sino acrecentar la belleza de la estampa: un viejo acueducto de la Edad Media de uso minero (Arco de Condesa o Dos Mouros, lo llaman), un lavadero atechado y asomado al río Orxas junto a un puentecillo, castillete almenado de aspecto falsamente añejo (se erigió en la década de los sesenta del siglo XX), un par de viejos molinos hidráulicos, algunos bancos de piedra…
En total son 6,5 hectáreas de robles, castaños, abedules y laureles, más alguna que otra especie exótica traida de los territorios de ultramar, los inevitables helechos, los llamados Jardines Históricos -hechos para el solaz familiar en los buenos tiempos- e incluso lo que queda de un campo de croquet. Todo ello surcado por una red de senderos que facilitan la ruta y que, en combinación con lo anterior, proporcionan al visitante la sensación de haber pasado al otro lado del espejo, entrando en un mundo fantástico de reverberaciones medievales.
2. Muniellos (Asturias)
Uno de los grandes atractivos naturales del sudoccidente asturiano y de todo el principado es Muniellos, un bosque clasificado por la UNESCO en el año 2000 como Reserva de la Biosfera. Son 59,7 kilómetros cuadrados distribuidos entre los montañosos concejos de Cangas del Narcea e Ibias y que acogen el mayor robledal de España, que además es uno de los mejor conservados de Europa. No obstante también es pródigo en avellanos, arces, fresnos, sauces, abedules y, sobre todo, hayas. Tampoco faltan líquenes, con un clima tan húmedo.
Otra de sus bazas es la fauna, pues allí se sitúa una de las poblaciones oseras más importantes del país, junto con lobos, jabalíes, zorros, rebecos, corzos, gatos monteses, nutrias y multitud de aves con mención especial para una especie emblemática cada vez más en retroceso, el urogallo. Intentar avistar esos animales in situ y en vivo es una de las actividades que se ofrecen a los visitantes, que no son muchos porque hay restricciones para garantizar la conservación ecológica: veinte al día como máximo y previa reserva al menos quince días antes.
Si bien en primavera el verde del paisaje y la suavización de las temperaturas suelen atraer a la gente, los meses de otoño e invierno suelen ser los aconsejados porque es cuando Muniellos presenta toda una sinfonía cromática gracias a las ocres hojas caídas y al manto de nieve que suele tapizar los montes. Algo que, además, facilita la observación de la fauna.
3. Irati (Navarra)
La llamada Selva de irati es una amplia zona boscosa que se reparten la comunidad autónoma española de Navarra y la región francesa de Pirineos Atlánticos. Se encuentra en un valle excavado por el río homónimo, cuyo cauces está rodeado por la Sierra de Abodi y otros montes.
Es el segundo hayedo más grande del continente tras la Selva Negra -aunque también abundan abetos y pastizales-, con cerca de 17.000 hectáreas de superficie, que ancestralmente ha sido explotado de manera sostenible por los habitantes de la zona.
Tampoco faltan animales, de los que hay destacar el ciervo -asistir a la berrea es todo un espectáculo-, la marta o el tritón pirenaico (endémico de la zona); asimismo, Irati tiene la consideración de ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves).
A Irati se puede acceder desde Orbaiceta o desde Ochagavia, situándose en esta última localidad un centro de interpretación que constituye una buena forma de adquirir algunos conocmientos de lo que se va a ver. Y es que hay una amplia red de senderos para recorrer a pie, en bicicleta o incluso con raquetas de nieve. Como es habitual en el norte, su frondosidad fue origen de una rica mitología local.
4. Saja-Besaya (Cantabria)
Cantabria tiene uno de sus mejores representantes en esta lista en el Parque Natural de Saja-Besaya, así catalogado desde 1988. Situado entre las cuencas hidrográficas de esos dos ríos, alcanza nada menos que 24.500 hectáreas extendidas por media docena de municipios y con bastante desnivel orográfico, con cotas que superan los 2.000 metros de altitud.
Al igual que en casos anteriores, robles y hayas componen la mayor parte de las arboledas, no faltando acebales, abedules ni serbales. Asimismo, no son raros los pastizales y las brañas, puesto que, aparte de otros usos como el forestal o el agropecuario, el ganadero se pierde en la noche de los tiempos, con una raza bovina autóctona.
Lobos, corzos, águilas reales y ciervos son lo más granado de su fauna, a la que ocasionalmente pueden sumarse algún oso y algún urogallo. Los visitantes lo agradecerían, por supuesto, especialmente si eligen pernoctar en alguza de las zonas de acampada (también hay albergues y alojamientos rurales). Se puede completar la estancia conociendo un bonito conjunto histórico-artístico: el de Bárcena Mayor.
5. Aizcorri-Aratz (País Vasco)
Habiendo visto ejemplos de Galicia, Asturias, Cantabria y Navarra, sólo faltaba el País Vasco. Concretamente, las provincias de Álava y Guipúzcoa, que es en las que se ubica este Parque Natural de montaña de 194 kilómetros cuadrados.
Una vez más, hayedos, robledales y melojares recubren las laderas de las elevaciones de 11 municipios alternándose con pastos y roquedos. En el centro de interpretación que hay en el caserío Anduetza (Cegama) se puede ampliar información.
De los animales que allí viven hay que citar especialmente las aves de presa y carroñeras, como el águila real, el buitre leonado y el alimoche. Sin embargo, el parque tienen más atractivos y uno de ellos es la existencia de bastantes grutas subterráneas, fruto de la erosión cárstica sobre la omnipresente roca caliza, paraíso para los aficionados a la espeleología. es una de las actividades estrella, junto al senderismo, los paseos en bici o los deportes de aventura.
Claro que un visitante también encontrará de interés otras posibilidades de ocio, como descubrir la elaboración tradicional de carbón, el pastoreo o algún rincón monumental, caso de complejos megalíticos o el célebre Santuario de Arantzazu. Asimismo, se puede acampar y hasta hacer vivac, pidiendo el correspondiente permiso.
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