El hallazgo de restos de mamut es relativamente habitual en regiones donde el frío ha permitido una conservación más o menos adecuada; en unos casos se trata de cuerpos enteros preservados en algún pantano mientras que en otros se limita a su esqueleto. Pero incluso en éstos últimos se puede sacar información muy interesante, tanto para estudiar su especie como para hacerlo con otras, humana incluida.

Buen ejemplo de ello es el descubrimiento de los restos de un mamut en la ribera de un río de Yenisey, un río que pasa por Siberia central y desemboca directamente en el Océano Ártico. Allí, en 2012, un equipo de la Academia de Ciencias de Rusia procedió a excavar en el permafrost para sacar a la luz un cuerpo de uno de aquellos enormes proboscidios que se encuentra en bastante buen estado… salvo por unos pequeños detalles: incisiones en las costillas, laceraciones en el lomo, la mandíbula rota…

Lo realmente interesante de eso es que no son lesiones post mortem sino sufridas en vida, que sirven para contarnos de forma muy gráfica cómo fueron los últimos momentos de la vida del animal. Dramáticos. Trágicos. Desesperados. Una lucha por la supervivencia que el mamut perdió ante cazadores humanos en pleno Pleistoceno, hace unos 45.000 años. Atención a estos datos porque no son tan normales como podrían parecer; y no me refiero sólo al hecho de que el animal, de unos 15 años de edad según indica su dentadura, no fuera finalmente aprovechado (no sólo queda su osamenta sino también carne, piel, grasa y algunos órganos; nunca sabremos por qué lo abandonaron tras matarlo) sino a cómo afectarían a nuestro conocimiento de la Historia. O de la Prehistoria, para ser exactos.

En realidad lo raro no es la actividad cinegética del Hombre primitivo con una especie tan grande y difícil sino el lugar y el momento donde se produjo esta vez, algo confirmado con el hallazgo posterior de otra pieza cazada en una latitud similar (un lobo). Tan singular es la cosa que podría cambiar la cronología establecida para la entrada de humanos en los confines septentrionales del mundo, la región siberiana, lo que incluso podría repercutir en las fechas de las primeras migraciones entre Asia y América a través del Estrecho de Bering.

Vladimir Pitulko, arqueólogo que ha dirigido el trabajo de investigación en colaboración con Alexei Bystrov (recientemente publicado en la revista Science), explica que con el nuevo hallazgo “ahora sabemos que Siberia oriental estaba poblada hasta los límites árticos hace aproximadamente unos 50.000 años. Eso hace que nuestra ventana a la parte más remota del planeta se abra a una perspectiva más amplia”. Cuando se llevaron los huesos al Museo Zoológico de San Petersburgo y vieron las marcas de armas volvieron corriendo al lugar de donde lo sacaron para recoger muestras del suelo y datarlas por radiocarbono. Los resultados fueron fascinantes.

Y es que el mamut había muerto hace 45.000 años en un rincón del mundo donde se supone que no debería haber humanos, pues aún no habían llegado hasta allí. Apenas hay registros de nuestra especie por encima de 66 grados de latitud norte (el mamut apareció a 72 grados) y se remontan a unos 30.000 o 35.000 años. La evidencia más cercana de su presencia hasta entonces en la Eurasia ártica era un asentamiento excavado a millar y medio de kilómetros al sur, a 57 grados de latitud y, lo que es más sorprendente aún, fechado hace 10.000 años. Así que el mamut en cuestión podría poner patas arriba un montón de cosas.

Los arqueólogos creen que la capacidad de supervivencia humana en los frías climas norteños estaba relacionada con los avances tecnológicos, entre ellos la adopción, difusión y generalización de azagayas de punta de marfil, que tienen mayor poder de penetración en la carne y permitían cazar animales de gran tamaño. Si tales avances se dieron 45.000 años atrás, entonces a nuestros pasados les resultaba más fácil dar un paso más allá, alcanzar esas duras regiones e incluso saltar a otro continente.

¿Será necesario cambiar los presupuestos cronológicos en ese sentido? Hasta ahora se calculaba que el paso del Estrecho de Bering debió hacerse hace unos 12.000 o 15.000 años, pero porque se consideraba que Siberia estaba despoblada; si resulta que había humanos hace 45.000 años, entonces algún grupo podría haberse adelantado en ese viaje. Claro que poder hacerlo no significa que se haga. Como dice Pitulko, “estos hallazgos están trayendo más preguntas que respuestas pero, con el tiempo, cambiarán la historia de nuestra expansión por todo el planeta”.

Más información: Science


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