Normalmente se suele representar a Dios con un gran ojo enmarcado entre los vértices de un triángulo. Pero ¿y si tuviera dos, como cualquier humano o la mayoría de los seres vivos? Así sería si viajamos por el norte de Bulgaria y nos acercamos a la provincia de Lovech. Allí, en el municipio de Lukovit, hay un bello desfiladero llamado Iskar, muy cerca del pueblo de Karlukovo, y en él, horadando una montaña de roca caliza, encontramos los Ojos de Dios. En plural.
La región ha sido sometida durante milenios a la acción kárstica, es decir, la meteorización química que produce el agua sobre determinado tipo de rocas especialmente solubles a ella que modela el paisaje y excava galerías subterráneas y grutas naturales hasta producir un paisaje característico.
En el caso búlgaro que nos ocupa, hablamos de una gran cueva bautizada con el nombre de Prohodna y que alcanza hasta doscientos sesenta y dos metros de longitud, la más grande de Bulgaria.
El lugar forma parte del Parque Geológico de Iskar-Panega, una de las regiones kársticas más extensas del país. Originada en la Era Cuaternaria, constituye un verdadero paraíso para los aficionados a la espeleología porque hay registrados casi dos centenares y medio de cavernas. Pero la de Prohodna, también conocida como Oknata, es especial porque no siempre puede uno meterse en un ojo divino, cual pestaña molesta. Me explico: la caverna en cuestión tiene en su bóveda dos enormes oquedades, una junto a la otra y con una forma almendrada que les da la apariencia de un par de órganos visuales.
No se trata de sus accesos. Éstos, pues también hay dos (de hecho, la palabra prohodna significa entrada), son otras dos colosales aberturas de cuarenta y cinco metros de altura y treinta y cinco cada una, por las que pasa al interior como si se atravesase un arco de triunfo o una portada monumental de algún edificio (de hecho, hay quien usa esa ciclópea fachada para hacer puenting).
No extraña que los antiguos tracios situaran en tan peculiar escenario uno de sus santuarios, heredando el uso que le daba el Hombre desde tiempos neolíticos.
En cualquier caso, los tracios han sido sustituidos por espeleólogos y viajeros deseosos de contemplar, a falta de estalactitas y estalagmitas, un espectáculo espléndido: las pequeñas cascadas que caen a través de los «ojos» cuando llueve y que, inevitablemente, han creado la metáfora del llanto divino.
O bien la fantástica visión nocturna de la luna a través de dichas aberturas, momento en el que la creencia popular incita a pedir tres deseos con la «seguridad» de que al menos uno se cumplirá. O sea, un sitio mágico en todos los aspectos.
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