Una de las razas equinas más apreciadas del mundo es la lipizana. Originaria de la región de Lipizza (Eslovenia) como evolución de un caballo autóctono con otras mezclas raciales (española fundamentalmente, pero también árabe, napolitana y Kladruber), fue a partir del siglo XVI cuando alcanzó su formidable aspecto, gracias a la cría impulsada por el archiduque Carlos II de Austria.

Desde entonces, el caballo lipizano es la base de la prestigiosa Escuela Española de Equitación de Viena y fue elegido por el gobierno esloveno para prestar su imagen a la nueva moneda de 20 céntimos de euro nacional cuando el país adoptó esa divisa en 2007.

Ahora bien, esa raza debe parte de su éxito e incluso su supervivencia actual a alguien tan, a priori, extemporáneo como George Smith Patton. Sí, el militar estadounidense. Y es que Patton, famoso por su papel en la Segunda Guerra Mundial, en la que participó primero en la campaña norteafricana y en Sicilia (rivalizando casi tanto con los alemanes como con Montgomery) para luego protagonizar vertiginosos avances en el continente y liberar a la 101º División Aerotransportada en Bastogne, entre otros méritos; Patton, digo, también se convirtió en el improvisado salvador de los caballos lipizanos.

Un lipizano en un espectáculo en el Schönbrunn Palace/Imagen: Macho xx en Wikimedia Commons

Al fin y al cabo, era un oficial de caballería y había participado como jinete en los Juegos Olímpicos de Estocolmo 1912, en la categoría de Pentatlón Moderno (tiro con pistola, esgrima, natación, carrera a pie campo a través y salto ecuestre). También formaba parte del 13º de Caballería cuando éste regimiento entró en México en persecución de Pancho Villa; fue Patton precisamente quien mató al capitán Julio Cárdenas, uno de los ayudantes del revolucionario mexicano.

Pero el tema de este artículo se desarrolla a principios de 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial está en su etapa final. Viena estaba siendo sometida a intensos bombardeos y el entonces director de la citada Escuela Española de Equitación, coronel Alois Podjahsky, viendo peligrar a los sementales lipizanos tanto por los raids aéreos como por el hambre de la población, decidió trasladarlos en tren a unos doscientos kilómetros, a St. Martins.

Llevarse los valiosos lipizanos de un lugar a otro por la guerra no era novedad, pues ya había ocurrido varias veces a lo largo de la Historia; la última, a principios del siglo XIX, durante las guerras napoleónicas.

Patton montando a caballo en 1914/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Poco después, esa primavera de 1945, volvió a aparecer un nuevo riesgo en el horizonte. A finales del mes de abril, el rápido avance del Ejército Rojo puso aquella localidad a punto de ser tomada y, con ella, los animales. Podjahsky temía que los soviéticos los sacrificaran para aprovechar su carne, dada la escasez de alimentos propia de la coyuntura, así que se puso en contacto con Patton, al que conocía desde las mencionadas Olimpiadas, y le pidió ayuda para salvar a los caballos (ambos aparecen en la foto inferior). Se jugaba el pellejo en ello, puesto que era pactar con el enemigo. El estadounidense aceptó y envió al comandante Charles H. Reed para dirigir la llamada Operación Cowboy.

La yeguada lipizana del Criadero de Piber había sido trasladada por los alemanes a la localidad checa de Hostau, donde curiosamente recibía cuidados de prisioneros aliados en unas caballerizas. Saltándose el dar parte a los soviéticos (Hostau quedaba tras sus lineas, aislada), Patton negoció con el mando germano la entrega de los équidos a cambio de garantizarle su inmunidad.

La película Miracle of the White Stallions, de 1963, contaba el rescate de los caballos

Fuera por esto o porque el frente teutón se desmoronaba por momentos, el caso es que Hostau se rindió el 28 de abril y entregó los caballos al III Ejército, que había hecho una rápida incursión, al estilo «pattoniano». Y aunque dos días más tarde hubo un leve contraataque de las Waffen SS, Berlín capituló a la semana poniendo fin definitivamente al conflicto.

Se contaban entonces casi cuatrocientos ejemplares en Hostau que, junto con los de otras razas, superaron ampliamente el millar de animales transportados. Sin embargo, su odisea aún habría de continuar un poco más. Efectivamente, al quedar Checoslovaquia en zona soviética, Moscú reclamó su propiedad frente a la protesta de los checos. Ahora bien, para eso estaba el hombre de Patton allí. Rápidamente se organizó una nueva y singular evacuación equina que los alejó del Ejército Rojo, situándolos en Wimsbach, casi en la frontera de Alemania del Oeste.

Por fin, en 1955, Alois Podjahsky, que fue el único ofical austríaco que conservó su graduación en la posguerra, vio retornar a los lipizanos a Viena. A Lipizza, que había quedado integrada en la ya extinta Yugoslavia, sólo volvieron once de los trescientos que llegó a tener. Hoy se reparten unos seis mil por todo el mundo.


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