De todos los proyectos armamentísticos estrambóticos que se pensaron durante la Segunda Guerra Mundial, y hay unos cuantos realmente peculiares que algún día merecería la pena recopilar en un artículo, uno de los más imaginativos y atrevidos fue el bautizado como Habbakuk Project. Por describirlo de forma sencilla, había de ser un portaaviones de hielo.

A medida que transcurrió el conflicto y fue imponiéndose el poderío de la Royal Navy, con el apoyo de Estados Unidos, la cosa perdió la gravedad de los comienzos, cuando Alemania aún tenía poder de intimidación y las andanzas del Bismarck o, sobre todo, de los submarinos, eran motivo de preocupación. Fue en este contexto cuando los aliados empezaron a comprender en toda su extensión la gran versatilidad de los portaaviones; algo, por cierto, que no llegó a cuajar en la Kriegsmarine (de los cuatro proyectados sólo se construyó uno), dicen que porque Hitler nunca entendió su utilidad y además Göering no quería que nadie se inmiscuyera en los asuntos de la Luftwaffe.

Pero la aviación aliada sí que estaba dispuesta a ampliar su radio de acción en colaboración con su fuerza naval. Y ahí entró en liza la imaginación de un periodista e inventor británico llamado Geoffrey Nathaniel Joseph Pyke. Durante la Primera Guerra Mundial había sido corresponsal del Daily Chronicle en Berlín. Allí fue detenido bajo la acusación de espionaje. Tras varios meses de encierro, que empleó en leer y leer, no aguantó más y protagonizó una fuga rocambolesca, digna de película, que le permitió volver a Inglaterra. La contó en un interesante libro de memorias.

Proyecto del HMS Habakukk/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En el período de entreguerras, a Pyke se le quitó interés por el periodismo, decantándose por la pedagogía. Así creó una escuela cuyos avanzados postulados didácticos se parecían a los de la Institución Libre de Enseñanza española: educación individualizada, fomento de la creatividad, ausencia de castigos… Demasiado para la rígida mentalidad inglesa, heredera aún de la época victoriana, y la cosa fracasó, arruinándole y hundiéndole en una depresión. Los nazis acudieron, involuntariamente, al rescate.

Y es que Pyke fue un activo militante contra el expansionismo germano y su antisemitismo. En la Guerra Civil Española colaboró con la organización British Voluntary Industrial Aid, haciendo campaña republicana entre los trabajadores británicos, recogiendo material de uso cotidiano (arados, colchones, etc), inventando algunas cosas curiosas como un sidecar-ambulancia y aplicando remedios médicos de urgencia que había visto en la Gran Guerra (uso del musgo en bolsitas como apósito).

En 1939, Pike viajó a Alemania con un grupo de ayudantes disfrazados de golfistas; el objetivo encubierto era hacer una encuesta a la población y saber qué pensaba verdaderamente del régimen nazi. No se pudo completar porque estalló la guerra pero se presentó el correspondiente informe al gobierno de Londres con la propuesta de confrontar públicamente el estado de ánimo de ambos pueblos ante los acontecimientos, en un adelantado uso propagandístico de las encuestas.

Pero la labor más conocida de este singular personaje fue la invención de armas: dotación de micrófonos a los globos para localizar aviones enemigos mediante triangulación (el radar dejó obsoleta esa idea), diseño de un vehículo de transporte de soldados sobre la nieve (para el frente noruego) y, sobre todo, el inaudito Proyecto Habbakuk, que en realidad recuperaba y concretaba una idea planteada en 1930 por el científico alemán Gerke von Waldenburg.

Inicialmente consistía en utilizar directamente un iceberg al que se nivelaría y tallaría una pista de aterrizaje. Pero había un problema: aparte de que los icebergs tienen la mayor parte del hielo bajo la superficie, presentan una molesta tendencia a rodar sobre sí mismos. La solución estaba en un material creado por el propio Pyke y al que dio su nombre, el pykerete, una mezcla de serrín o pulpa de madera al 14% y de hielo en un 86%.

Un bloque de pykerete/Imagen: CyranoDeWikipedia en Wikimedia Commons

Con él se debía construir un portaaviones de dimensiones colosales (porque debía albergar una planta refrigeradora que produjera el hielo) y prácticamente insumergible, debido a su dureza (parecida a la del hormigón), a su bajo índice de fusión y a su composición fibrosa, que le otorgaba gran resistencia a tensiones y, por tanto le proporcionaría invulnerabilidad a los ataques de los U-Boot. Para ello, el casco debería tener un grosor de 12 metros, la eslora alcanzar los 1.200 metros con una cubierta de 610, un desplazamiento de 2 millones de toneladas, 26 motores y un timón de 30 metros. La autonomía alcanzaría las 7.000 millas y llevaría a bordo centenar y medio de aviones, bombarderos incluidos.

El lago Alberta de Canadá fue el sitio elegido para empezar un prototipo de 18 metros de eslora, 9 de manga y un millar de toneladas al que se sometió a diversas pruebas. Pero hacer uno de verdad era harina de otro costal. Los cálculos iniciales apuntaban a la necesidad de 300.000 toneladas de pulpa de madera, 25.000 toneladas de tableros de fibra de aislamiento, 35.000 toneladas de madera y 10.000 toneladas de acero, con un coste cercano a las 700.000 libras que luego se recalcularon y ascendieron hasta los 2,5 millones.

Esos ingentes requerimientos de material, que obligaban a desatender otras necesidades, unidos a las desavenencias de Pyke con el equipo norteamericano de colaboradores -de hecho, Pyke terminó saliendo del proyecto-, dieron al traste con el proyecto, cuyos restos aún se hallan en el fondo del lago. El británico incluso tuvo que soportar veladas insinuaciones de connivencia con la Unión Soviética por sus ideas izquierdistas. Y aunque al acabar la guerra intentó aportar nuevas propuestas para afrontar la escasez de combustible (por ejemplo, algo tan insólito como trenes a pedales) y apoyó la creación de la UNICEF, ya nadie le tomaba en serio. De nuevo cayó en la depresión y terminó suicidándose en 1948.


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