El reciclaje de útiles es algo que cada vez se ve menos, dado que, a menudo, resulta más barato comprar un producto nuevo que arreglar el viejo. Por supuesto pervive y, es de suponer, pervivirá en mayor medida, pero nunca como en tiempos anteriores. Si echamos la vista atrás veremos que nuestros antepasados practicaron esa costumbre en múltiples aspectos, desde la ropa a las herramientas, pasando por armas e incluso construcciones arquitectónicas. Por eso no debe sorprendernos que también ocurriera con los monumentos.
Efectivamente, sabemos que muchos faraones usurparon los de sus predecesores, limitándose a incorporar el cartucho con su nombre en sustitución del anterior. Pero a nadie se le hubiera ocurrido pensar que ese tipo de usurpación llegara a una época tan lejana como la Prehistoria. Es lo que nos hemos encontrado estos días al leer la noticia de que ese célebre conjunto megalítico llamado Stonehenge podría ser en realidad un monumento de segunda mano.
Vamos por partes. Stonehenge es un crómlech, es decir, un grupo de dólmenes (menhires cubiertos por losas horizontales) colocados en forma de círculo o elipse, cuya erección se sitúa cronológicamente entre el Neolítico y la Edad del Bronce, hace unos 5.000 años aproximadamente. En concreto, está formado por 32 bloques de arenisca dispuestos en 4 circunferencias concéntricas, así como por una serie de hoyos, senderos, fosos y caminos procesionales. Su uso era ritual, aunque no está claro si orientado hacia lo funerario, lo astronómico, lo religioso o todo a la vez.
El caso es que este misterioso rincón de Amesbury, Inglaterra, acaba de saltar a los medios de comunicación por un peculiar descubrimiento arqueológico. Bueno, para ser exactos, dicho descubrimiento tuvo lugar un poco más allá, en las colinas de Preseli, en Pembrokeshire (Gales), donde un equipo dirigido por Mike Parker Pearson, profesor de Prehistoria del University College of London, sometió a la prueba del carbono-14 unos agujeros de las rocas de los afloramientos de Carn Goedog y Craig Rhos-y-Felin, coincidentes en tamaño y forma con los que sirven para sostener los dólmenes de Stonehenge.
Los resultados fueron sorprendentes, como explica Pearson: «Tenemos fechas alrededor del 3400 a.C. para Craig Rhos-y-felin y 3200 a.C para Carn Goedog, lo que es intrigante porque las piedras azules no se pudieron colocar en Stonehenge hasta el 2900 a.C. aproximadamente». Esas piedras azules -su nombre se debe al tono azulado de la arenisca- que cita son las que constituyen uno de los anillos interiores, el que encierra una estructura con forma de herradura donde está el llamado Altar.
El caso es que dichos resultados no sólo confirman algo que ya se sospechaba, que dichas piedras proceden de Pembrokeshire, sino que también en ese paraje galés habría un monumento megalítico cinco siglos antes, según se deduce de la datación y del hallazgo de varias piedras reunidas como para ser transportadas. ¿Directamente de la cantera a Stonehenge? Los arqueólogos opinan que es más probable que a un megalito local que luego habría sido desmantelado para reaprovechar sus materiales en el inglés. En otras palabras, Stonehenge sería un monumento de segunda mano que habría sido trasladado desde su ubicación anterior.
La clave ahora está en encontrar el monumento original, que podría explicar por qué se desmontó. También cuál fue la ruta seguida por esas piedras hasta Stonehenge; la hipótesis actual es que se llevaron hacia el norte para luego trasladarlas por mar (en Sait David’s Head) o por tierra (más o menos, siguiendo la ruta de la actual autopista A40), algo meritorio teniendo en cuenta que su peso ronda las 2 toneladas y fue necesario transportarlos durante 126 kilómetros. Hay una nueva campaña de excavaciones prevista para 2016 que quizá aclare las cosas.
Vía: IFL Science
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