Lamentablemente, todavía queda mucho para que podamos pasar unas vacaciones en un Parque Jurásico que reviva dinosaurios por clonación, como pasa en la novela de Michael Crichton.
Pero los más frikis pueden solazarse visitando el lugar donde teóricamente se ubicaba dicho parque: la isla Nubla, que en esa historia es conocida como sitio A y se halla en aguas de Costa Rica (el rodaje de la película de Spielberg no cuenta en este caso porque fue en Hawai).
En realidad no existe tal isla, al menos con ese nombre. Se supone que el célebre escritor estadounidense se inspiró en la llamada Isla del Coco, un pedazo de tierra rodeado de islotes menores que no era la primera vez que llamaba la atención del mundo literario, ya que aparece en otras novelas e incluso hay quien la identifica -no sin controversia- con el lugar donde naufraga Robinson Crusoe o con la Isla del Tesoro de Stevenson por una razón que veremos enseguida.

Ese territorio insular de origen volcánico, situado a 532 kilómetros del litoral pacífico costarricense, es modesto: no llega a tener 24 kilómetros cuadrados de superficie, con una cota máxima de 634 metros en el cerro Iglesias. El lugar está deshabitado salvo por los equipos de científicos que suelen trabajar allí. Y es que debido a ese aislamiento, la Isla del Coco es un rincón privilegiado en el aspecto de la biodiversidad, con cientos de especies animales y vegetales, muchas de ellas endémicas.
Es, por tanto, un pequeño paraíso natural de una enorme belleza, tapizado por el manto verde intenso de un bosque nuboso sobre el que flota la neblina ocasional y con un gran panorama hidrográfico que ostenta, aparte de ríos y lagunas, nada menos 2.000 cataratas vertiendo directamente al mar desde altos acantilados cuando llueve, cosa frecuente e intensa. De hecho, se dice que ésa es la razón de su nombre, en referencia a que tiene tanta agua como el interior de un coco.

Para proteger tal maravilla, la isla fue declarada Parque Nacional en 1978 y ahora forma parte del SINAC (Sistema Nacional de áreas de Conservación), siendo catalogada en 1997 como Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO. Algo que nunca imaginó Juan Cabezas, el primer marino que la pisó allá por 1526.
Tampoco lo harían los numerosos piratas que encontraron en ella donde abastecerse de agua potable o incluso recalar, dejando para la posteridad leyendas acerca de tesoros enterrados en alguno de sus rincones: muy especialmente, el que se habría sacado de Lima hacia México al proclamarse la independencia, que habría terminado en manos del inglés William Thompson. Cientos de aventureros intentaron buscar infructuosamente esas riquezas e incluso el propio gobierno de Costa Rica, que tomó posesión oficial de la isla en 1869.
La Isla del Coco se puede visitar actualmente, aunque no acampar, y se ha habilitado una red de senderos para recorrerla, apoyada por algunas instalaciones (servicios, duchas, miradores…) que sirven tanto a los turistas como a los pescadores que recalan allí, si bien está prohibido pescar en sus inmediaciones porque el submarinismo es una de las atracciones principales (27 especies de tiburones son un reclamo para los buceadores). Varias empresas organizan excursiones desde el continente; eso sí, conviene tener en cuenta que en lancha se tarda unas 36 horas en llegar.
Y que no hay dinosaurios.
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