La vieja dicotomía: toros ¿sí o no? A mi derecha, los que defienden su mantenimiento como fiesta nacional y resaltan su carácter cultural; a mi izquierda, quienes claman por la abolición de un espectáculo sádico y sanguinario, producto de otra época y mentalidad. Dos posiciones irreconciliables que, sin embargo, tienen un poco conocido punto en común, el ecologismo.

Robert Irvine es un investigador especialista en Antropología Social de la Universidad de St. Andrews (Escocia) que acaba de publicar un interesante artículo titulado Bullfighting: what I found during a year on breeding estates (corridas de toros: lo que ví durante un año en fincas de cría). El descubrimiento al que se refiere Irvine es el beneficioso efecto ecológico que produce la cría ganadera taurina en la biodiversidad y el sistema silvopastoral de las dehesas (aunque no utiliza este término, que no debe tener traducción al inglés). Y es que Irvine se pasó quince meses en una finca andaluza, trabajando e investigando sobre el tema.

En su artículo, da cuenta del cerco progresivo y creciente que experimenta la tauromaquia en múltiples frentes. El primero de ellos la adversidad popular, ya que hasta un 76% de los españoles se muestran contrarios a la concesión de fondos públicos para mantenerla. Pero también la política, puesto que en muchos sitios se han impuesto partidos hostiles a ella que han adoptado una serie de medidas para eliminarla, desde la supresión de subvenciones a las escuelas taurinas a la abolición directa. Incluso el Parlamento Europeo votó recientemente para cambiar el proceso de asignación del PAC (Política Agrícola Común) contra los subsidios a los criadores de toros de lidia españoles y franceses.

Se ha generalizado, pues, la idea de la tauromaquia como una reliquia bárbara y obsoleta sin cabida en la Europa contemporánea. Pero Irvine descubrió la otra cara, la más amable del mundillo. Y lo cuenta mediante el relato de su experiencia con un mayoral llamado Joaquín, que fue quien le explicó y mostró a lo largo de más de un año todos los detalles y secretos de ese trabajo. Al antropólogo le resultó asombroso que lo que parece rural y primitivo, en realidad se trata de una rutina muy moderna que podría «sorprender a la gente que no conoce el campo bravo».

«Aparte de la producción de alimentos -y no nos olvidemos que los toros de lidia son animales de carne de vacuno de alta calidad- las ayudas del PAC estaban destinadas a apoyar la gestión sostenible de los recursos naturales y las economías rurales» dice. «Partido de Resina [el sitio donde desarrolló su investigación, antigua ganadería Pablo Romero] es una isla de biodiversidad: alrededor de 500 hectáreas de bosques abiertos y pantanos rodeados por un mar de naranjos, olivos y plantaciones de melocotoneros».

Irvine admite que puede que la horticultura de empleo a mucha más gente o que existan otras formas de proteger la biodiversidad sin necesidad del espectáculo de las corridas (que él no considera especialmente cruento). Pero el caso, añade, es que en España, Portugal y Francia -así como en América Latina- hay grandes dehesas dedicadas al toro que ya existen y tienen una enorme riqueza ecológica cuyo mantenimiento depende de la cría de ganadería taurina; si no, sería imposible.

Dicha cría se centra en proporcionar bienestar al animal durante su crecimiento, tanto en alimentación como en ejercicio, puesto que de su buen estado físico dependerá luego su valor comercial. Comercial y cultural, subraya el antropólogo, puesto que «la mayor parte de los ganaderos bravos crían toros por pasión y hay muy pocas ganaderías que funcionen como negocios viables». Esa tarea se realiza de la forma más natural posible, en manadas, a través del pastoreo, facilitándoles a las reses agua, sombra, baños de polvo y rincones donde guarecerse, aparte de amplísimos espacios para moverse y correr en libertad.

Todo ello aplicado a través de un equipo de profesionales que, aparte de los citados capataces, incluye vaqueros, gerentes, secretarios, jardineros, veterinarios, peones, etólogos y nutricionistas, por ejemplo. Todos ellos o la mayoría, subraya el antropólogo, amantes de los animales y comprometidos con el cuidado del entorno en el que viven y trabajan. Irvine los defiende, como hace con su semidesconocida labor, aludiendo a cierta tendencia a la superioridad moral del norte continental que trasciende la mera crítica al sufrimiento del toro en la plaza y se plasma en una especie de oposición norte-sur entre los diputados del Parlamento Europeo.

El caso es que en España no habría tal actitud y, sin embargo, la tauromaquia está en claro declive respecto a otras épocas. Y aunque, según datos del Ministerio de Cultura, en la temporada 2014/15 aumentó la asistencia a espectáculos taurinos frente a años anteriores -marcados duramente por la crisis económica-, las estadísticas apuntan a que sólo la disfruta un 9,5% de la población. Eso sí, según Irvine, son «personas que viven en la misma Europa moderna que el resto de nosotros».


Fuentes

The Conversation


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