¿Eres de los que corren a casa si se dan cuenta de que te has dejado el teléfono móvil? ¿Sudas cuando se le agota la batería al smartphone? ¿Lo pasas mal si no hay cobertura y el smartphone queda como un objeto inútil? Entonces quizá debas plantearte la posibilidad de ser presa de la nomofobia, uno de los trastornos de nuevo cuño de este siglo XXI.

No es cosa de broma porque los estudios apuntan a que lo padece más de la mitad de la población; al menos en Reino Unido, tal como estableció un estudio hecho en 2011 que reveló que padecían nomofobia el 58% de los varones y el 48% de las mujeres. Desde entonces es probable que el porcentaje se haya incrementado considerablemente y eso vale también para España, donde se calcula esa dependencia en torno al 77%.

Para entenderlo mejor hay que saber un dato: el usuario medio de smartphone consulta el aparato 34 veces al día, aunque está claro que muchos superan ampliamente esa cifra y no por necesidad. Al fin y al cabo, según el INE, un 98,4% de los españoles dispone de teléfono móvil, siendo los líderes europeos y los cuartos a nivel mundial. Por comunidades, la mayor adicción se da entre extremeños, madrileños y vascos, mientras que los menos afectados son, por este orden, asturianos, navarros y gallegos.

Los nervios que provoca estar alejado del gadget se equiparan a los que pueden producir ir al dentista o contraer matrimonio. En algunos casos puede tener cierta justificación, dado que los smartphones se han convertido en importantes herramientas de trabajo para muchas profesiones que demandan una comunicación constante. Sin embargo, en otros sólo se explica por la preocupación que provoca permanecer aislado (paradójicamente también se ha definido una afección llamada phubbing, que es prestar más atención al móvil que a las personas que nos rodean) o desinformado (se entiende que con los antiguos teléfonos, más limitados tecnológicamente, sin Internet ni redes sociales, la cosa no era tan grave).

En ese último sentido, un equipo de la Universidad de Iowa hizo un curioso estudio encuestando a varios estudiantes de pre-grado sobre cuestiones sobre el tema como la frecuencia con que usaban sus móviles, cómo se sentirían un día sin él, etc. Eran un total de 20 preguntas dirigidas a establecer el nivel de nomofobia y el resultado final registraba, para esas hipótesis, estados de incomodidad sin acceso a información a través del smartphone, nervios si no era factible hacer o recibir llamadas y/o SMS, ansia por no poder ver el correo electrónico e incluso pánico si se superaba el límite mensual de datos.

Según la puntuación obtenida de las respuestas, los investigadores universitarios establecieron una escala de nomofobia con tres niveles: leve, moderada y severa. Asimismo, determinaron cuáles serían los cuatro factores que definirían ese trastorno: incapacidad para poder comunicarse, pérdida de conectividad, imposibilidad de acceso a la información y renuncia a la conveniencia.

Piercarlo Valdesolo, profesor asistente de Psicología en el Claremont McKenna College y couator del libro Out of character, sintetiza todo esto contando una divertida anécdota personal: la de aquella vez en que palpó el bolsillo trasero de su pantalón y se dio cuenta de que no estaba el teléfono móvil, por lo que, inmediatamente, volvió a repetir la acción con la idea de hacer una llamada perdida y localizarlo. O sea, quería usar el móvil para encontrar el móvil.

Vía: Scientific American


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