Los antiguos literatos árabes establecieron una preciosa metáfora de Granada, identificándola con una corona en la que los florones serían las montañas circundantes y la Alhambra haría las veces de diadema. Realmente, esa ciudadela es la estrella local -de España entera, en realidad-, completada por un repóker de rincones más que son los anexos jardines del Generalife, el Sacromonte, el Albaicín, el monasterio de la Cartuja y el casco antiguo de la urbe, con la Catedral y la Capilla Real como sitios más atractivos.
Pero Granada tiene una cosa especial y es la cantidad de leyendas que sirven para relacionar todos esos lugares, entretejiendo una trama a medio camino entre lo histórico y lo mítico, lo real y lo imaginario, lo mundano y lo fantástico. Por eso uno empieza a leer por aquí y termina allí, por eso se puede saltar de los sultanes a los Reyes Católicos y por eso visigodos, musulmanes y cristianos se mezclan en un rosario de tradiciones y fábulas en las que la veracidad a veces parece menos concreta que la imaginación.
Como sabemos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón conquistaron Granada en 1492, con Cristóbal Colón a la expectativa de exponer su plan de viaje hacia las Indias por occidente y el rey Boabdil perdiendo el último territorio musulmán en Al Ándalus. Pero ¿fue el último de verdad? Lo cierto es que no del todo. Vayamos por partes. Después de entregar a Isabel la llave de la ciudad (en torno a dicho objeto hay una rica sarta de historias que reconocen en la llave tanto la herramienta para abrir la entrada como un símbolo de la fe mahometana, un amuleto mágico de los fundadores de la Alhambra o incluso un resorte accionable por la mano tallada en la Puerta de la Justicia para dar paso a una cámara repleta de tesoros), Boabdil, último representante de la dinastía nazarí, se fue de lo que quedaba de su reino. Pero no se marchaba de Hispania.
Los reyes le habían concedido un señorío en Laujar de Andarax, en las Alpujarras almerienses, y allí pasaría apenas un año antes de establecerse definitivamente en Fez, deprimido por la muerte de su esposa. Washington Irving, el célebre escritor estadounidense que visitó España en 1829 y nos dejó sus preciosos Cuentos de la Alhambra, trató de reconstruir el itinerario seguido por Boabdil en su exilio. Así, en una bella combinación de romanticismo e investigación (habría que determinar la proporción de cada una), explica que la puerta por la que salió el sultán fue tapiada por orden de éste para que nadie más volviera a usarla (los Reyes Católicos habrían aceptado esa condición); imposible comprobarlo porque estaba en la Torre de los Siete Suelos, convertida en ruinas tras haber sido volada por las tropas napoleónicas… con lo cual se ha cumplido el deseo del nazarí.
De la Alhambra parte la singular ruta de Boabdil, que podemos realizar en cualquier época del año y que nos lleva al barranco del Abogado, desde donde divisaremos una amplia panorámica de la ciudad, la Vega y las montañas. Desde allí continúa haciendo el recorrido que supuestamente realizó Boabdil con su séquito, a lo largo de casi tres kilómetros, que se pueden cubrir en aproximadamente una hora y cuarto. Finaliza en el Alcázar Genil, donde el rey granadino entregó las llaves de la ciudad. Allí podemos contemplar el monumento en su memoria.
A lo largo de todo el itinerario iremos visitando diferentes lugares de interés, no necesariamente antiguos, como la Gruta de la Virgen de Lourdes, la Casa Molino de Ángel Ganivet, el Kiosco de las Titas, el Puente de las Brujas o el Puente Verde.
Se puede realizar tanto en sentido ascendente como descendente, siendo éste último el recomendado, sobre todo si se realiza en época estival, con calzado y ropa cómoda y abundante provisión de agua fresca.
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