Uno de los papas contemporáneos que peor imagen tienen es Pío XII. El silencio o la falta de contundencia del Vaticano ante las atrocidades del nazismo hicieron al pontífice acreedor a ser conocido, algo exageradamente, como el Papa de Hitler, algo en lo que influyó la agresiva actitud que Eugenio Pacelli demostró siempre ante la izquierda. Sin embargo, de un tiempo a esta parte se ha puesto en tela de juicio la exactitud de esa tibieza y recientemente, el pasado mes de septiembre, el joven historiador y politólogo estadounidense Mark Riebling publicó un libro sorprendente donde desmitifica completamente la cuestión: Church of spies.
Lo que cuenta ese trabajo, es la cara oculta de la Santa Sede durante aquellos turbulentos tiempos de guerra. La actividad desarrollada por su servicio secreto (se creó ad hoc con religiosos, siguiendo la llamada Disciplina Arcana, presuntamente establecida al poco de fundarse la Iglesia para mantenerla en secreto y a salvo de las primeras persecuciones) para enfrentarse al régimen alemán desde que llegó la información de la puesta en marcha de las persecuciones a los judíos. Según Riebling, Pío XII enviaba tarjetas de felicitación a Hitler por su cumpleaños, en efecto, pero al mismo tiempo su gente preparaba una operación para acabar con él desde 1939.
La trama se relacionaba con un complot interno en la propia Alemania pero contaba con un problema: preocupaba el vacío de poder que quedaría después, si el hueco no sería ocupado por socialistas y si los aliados cumplirían con su papel. Eso sin contar con uno de los obstáculos más difíciles: que el Papa diera el visto bueno al asesinato del Führer. Los propios conspiradores pidieron que el Vaticano mantuviera una actitud aparentemente neutral para no señalar a los católicos germanos.
Si bien no lo persiguió expresamente, Hitler odiaba el catolicismo porque sus postulados eran incompatibles con la ideología nazi y era una fe capaz de movilizar a mucha gente, lo que siempre constituía un riesgo. Ya vimos en algún post anterior (véase el enlace abajo) cómo las fiestas navideñas, por ejemplo, se «nazificaron». Sin embargo, eso no impidió que liquidara el clero polaco tras la invasión de ese país, conmocionando incluso a sus generales y decidiendo a algunos a tomar partido en contra.
Fue el caso del almirante Wilhelm Canaris (foto anterior), director de la Abwehr (inteligencia militar) y que conocía a Pío XII personalmente desde los años veinte. Canaris contaba con Josef Müller, abogado católico y héroe de guerra, famoso por representar a los judíos en sus pleitos con el Estado y que incluso había soportado con cierta chulería un interrogatorio al mismísimo Himmler; «viril» fue la palabra de éste para describir la actitud de Müller durante las torturas y, de hecho, hasta intentó reclutarle sin éxito para las SS, liberándole finalmente presa de admiración por aquella valentía.
Müller era, pues, una leyenda viva y fue reclutado por la Abwehr no para trabajar para los nazis sino para lo contrario: construir una amplia red de espionaje en todos los sectores de la sociedad (ejército, universidad, prensa, etc) y ser además de enlace con el Vaticano y la inteligencia británica. Oficialmente sería un agente alemán destinado a Roma con la misión de contactar con los opositores a Mussolini y desenmascararlos. Pero en realidad se trataría de un espía doble y debería contarle al Papa las barbaridades ocurridas en Polonia para que las comunicara al mundo.
Müller logró persuadir a Pío XII de que intentara convencer a Alemania e Inglaterra para que acordaran una paz negociada. Cuando quedó patente que las hostilidades sólo acabarían con la victoria de unos y la derrota de otros, el Sumo Pontífice aceptó colaborar en la conspiración antihitleriana (por cierto, un apunte divertido: el nombre clave de Müller era X y el de Pío XII Jefe). Prescindiendo de los obispos, susceptibles de ser presionados por los nazis o de negarse a apoyar la iniciativa, dominicos y jesuitas fueron movilizados especialmente para aquella nueva función gracias a su organización pseudo militar, que facilitaba las cosas. En el caso de la Compañía de Jesús se daba un interesante complemento: sus miembros habían sido históricamente los creadores del concepto de tiranicidio, justificación de matar al gobernante si éste demostraba ser un déspota o un criminal.
Sin embargo, Hitler se las arregló para sortear todos los planes e intentos de asesinato de aquellos a los que Churchill, que nunca creyó demasiado en el poder del Papa para aquellos menesteres, definió como «alemanes decentes». Lo hizo tanto directa o indirectamente: canceló discursos sin sospechar que había francotiradores apostados para acabar con él, faltó a desfiles donde se había previsto poner bombas, un explosivo colocado en su avión falló e incluso sobrevivió, como sabemos, a un atentado en la Guarida del Águila que sí mató a los que le rodeaban.
Éste incidente, la llamada Operación Valquiria, fue la gota que colmó el vaso. La conspiración fue descubierta por la Gestapo y empezaron las detenciones de los implicados. Entre ellos Müller y Canaris; este último fue ahorcado y la red de conspiradores desmantelada. También se descubrieron papeles impresos con membrete de la Santa Sede. Esto y la ejecución de Mussolini -ya que funcionarios del Vaticano colaboraron en su captura- enfurecieron a Hitler, que juró vengarse del Papa («chusma» y «cerdo» fueron algunas de las palabras que le dedicó), planeando enviar una división de paracaidistas a la Plaza de San Pedro; luego ya presentaría, dijo, una disculpa oficial.
Pero aquel al que había designado para ocupar el sitio y trasladar la curia a Alemania o Liechtenstein, el general de las Waffen SS Karl Wolff, desaconsejó el plan. El Führer no le hizo caso e insistió en seguir adelante pero los aliados ya avanzaban por tierra italiana y la cosa terminó sin concretarse. Al final, Hitler murió por su propia mano pero Josef Müller, que pasó por Buchenwald y Dachau, logró sobrevivir una vez más pese a que había sido condenado a muerte (al parecer le salvó el papeleo burocrático); tras la guerra, entró en política con los cristiano-demócratas y vivió hasta 1979.
Todo esto no es nuevo en realidad, aunque siempre ha sido polémico porque algunos estudiosos opinan que el papel de la Santa Sede fue exagerado a posteriori por Robert Lieber, secretario de Pío XII. Lo novedoso quizá sea el que Church of spies lo cuenta con mayor profundidad. Será cuestión de esperar su publicación aquí.
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