De todos los materiales posibles para practicar la escultura, probablemente uno de los más sorprendentes y originales, si no el que más sea el musgo. Las esculturas vegetales son una realidad que ya nos encontramos casi en cada esquina, pues los setos mismos de muchos parques suelen ser podados con formas diversas. Pero una cosa es recortar una planta y otra crear algo de la nada usando además una tan rara como el musgo.
El musgo es una briófita, es decir, un vegetal no vascular de pequeño tamaño que suele crecer en lugares umbríos y húmedos, condiciones que le proporcionan su característico color verde intenso. A todos nos resulta bastante familiar porque a menudo se utiliza para decorar los belenes, aunque en teoría sólo debe usarse el de vivero. Pero si en esos dioramas navideños su función es meramente de relleno, de ambientación, hay alguien que le ha encontrado un uso en el que le confiere todo el protagonismo.
Se trata de Kim Simonsson, un joven artista finlandés que, según cuenta él mismo, en su infancia aprendió a modelar con la nieve. Luego se licenció en Bellas Artes en Helsinki e inició su carrera profesional artística que le ha llevado a ganar numerosos premios, exponer en museos y galerías e incluso publicar varios libros.
Simonsson tiene en las esculturas de niños y animales uno de sus temas favoritos, a menudo tratados con cierto halo misterioso. A ellos ha dedicado unas cuantas series de trabajos y ahora los combina con esta aparente técnica vegetal. Concretamente, se puede ver el resultado en la Jason Jacques Gallery del Upper East Side de Manhattan (Nueva York), donde expone sus obras hasta finales de este mes (28 de octubre) bajo el título Moss people.
Son una serie de curiosas instalaciones en las que sus típicos personajes infantiles cobran una vida y aspecto especial porque están modelados con musgo. El tono de los montajes es abiertamente fantástico, ya que tampoco faltan seres mágicos, ambientes sugestivos… Todo ello con un toque algo oscuro, misterioso, con niñas cuyo rostro queda tapado por la melena, las dos pequeñas fantasmas de la película El resplandor, personajes diminutos en una mano o conejos de dos cabezas, por ejemplo.
A ese extraño aspecto contribuye, sin duda, la capa verde que recubre cada individuo. Digo recubre porque, pese a su apariencia, hay truco: las esculturas son de cerámica; por encima llevan un tapiz que, en realidad, no es musgo auténtico sino una imitación bastante conseguida. Hasta ahí llega ilusión.
Vía: My Modern Met
Más información: Kim Simonsson
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.