
Una de las cosas que podrían servir para dar nombre a nuestra era es la manipulación genética directa. Si tiempos anteriores pueden identificarse con Internet, la informática, los automóviles, el átomo u otros aspectos de la civilización, estos últimos años se caracterizan por la capacidad avanzada de modificar el ADN, siendo la última y más refinada técnica la basada en la técnica CRISPR (Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats).
Mediante una proteína bacteriana, la CRISPR fija la posición del locus, es decir, la situación de un gen o marcador genético y hace posible identificar alelos o secuencias de ADN. La sucesión ordenada de ellos desvela el mapa genético, abriendo el camino a su intervención y/o modificación. ¿Para qué? Para arreglar, por ejemplo, defectos genéticos que causan enfermedades o las propagan, como pasa con los mosquitos (transmisores de la malaria y el dengue), o bien para hacer que los cultivos sean capaces de resistir a las plagas.
Esto tiene su peligro, por supuesto. Pudiera ser que la alteración de un gen provocase efectos adversos a la larga, extendiéndose por la población igual que una ficha de dominó causa la caída de las demás. Por eso un equipo científico de la Universidad de Cornell ha creado un modelo matemático con el que se puede calcular la rapidez que uno de estos genes modificados podría alcanzar en una población, en lo que se llama unidad genética. El resultado fue inquietante: el gen retocado se propagaba en unas pocas decenas de generaciones frente a los cientos que tardaría uno de origen natural para alcanzar la misma extensión.
Normalmente, cuando una pareja se reproduce, su descendencia hereda dos copias genéticas, una de cada ancestro. Pero un estudio de la Universidad de San Diego, realizado con moscas de la fruta, revela que se puede modificar un gen para que pase de generación en generación sin perderse. La importancia de esto radica en la función que se le asigne a dicho gen. Pongamos por caso que sirva para esterilizar y que se incorpore al ADN de un mosquito macho; la descendencia de éste sería estéril y, así, se podría controlar su población. En la naturaleza, las mutaciones genéticas que causan cambios en una sola copia del gen suelen perderse casi siempre debido a que esas mutaciones son nocivas: el individuo que reciba esas dos copias ve reducidas sus posibilidades de sobrevivir y reproducirse.
Sin embargo, hay que afinar porque un error al manipular los CRISPR podría desencadenar importantes consecuencias. Imaginemos que el gen se transfiere a una población que, en principio, debería mantenerse al margen; que el gen de la esterilidad incorporado al mosquito pasa de alguna forma (mediante un ácaro, por ejemplo) a una abeja, esterilizando a sus descendientes. Ésta es una de las teorías que se manejan para explicar el desplome demográfico en las colmenas.
Y aún hay un problema mayor. ¿Y si durante la polinización de las flores el gen vuelve a saltar de la abeja a éstas? ¿Y si luego pasa a los cultivos? Aún queda mucho por estudiar, mucho camino tecnológico por recorrer.
Vía: Business Insider
Más información: Genetics
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