Una de las cosas que tienen el turismo interior o el rural es el descubrir sitios llenos de insospechada belleza, asombro, misterio, encanto o cualquier otro sinónimo que quieran darle.
Y esto, que ocurre en todo el mundo, lo tenemos más a mano aún en España. En la provincia de Cáceres, por ejemplo, donde la pequeña y prácticamente desconocida localidad de Talaván -su población no llega al millar de habitantes- acredita uno de esos lugares de los que hablaba.
Se trata de la ermita del Santo Cristo, un templo maltrecho situado en el cementerio antiguo y donde antaño se reunía el consejo municipal; está delante de la moderna iglesia parroquial, haciendo agudo contraste entre ambos estilos arquitectónicos ya que esta última es reciente mientras que la otra se construyó en el siglo XVII.
El hecho de que el camposanto se cerrase en 1928 añade al paraje un aura especial, de soledad y olvido, que le viene muy bien a la singular decoración esgrafiada del interior de la bóveda de la ermita.
El edificio, casi en estado de ruina, se utilizó para enterramientos, de ahí que sus paredes estén llenas de nichos desvencijados. Es sencillo, de mampostería y ladrillo, con nave rectangular, sacristía adosada y, lo más interesante, una bóveda vaída sobre pechinas situada encima de la capilla mayor y recubierta por las imágenes en rojo y azul de unas extrañas figuras de aspecto inquietante. Curiosamente, son las que parecen sostener esa parte y, de hecho, es la única que se mantiene en pie, dado que el resto del techo se vino abajo tiempo atrás. Algo que resulta aún más raro teniendo en cuenta el maléfico aspecto que presentan los personajes de los grabados.
Son los llamados Ángeles Réprobos, aunque se les designa a menudo con otros adjetivos parecidos; figuras antropomorfas pero dotadas de grandes alas, en cuyas amenazadoras facciones destacan bocas de afilada dentadura y grandes ojos carentes de humanidad.
Esto, unido al peculiar gorro cónico con que se tocan sus cabezas, sospechosamente similar a la coroza que completaba el sambenito que debían vestir los condenados por la Inquisición, inducen a identificar esos personajes con almas destinadas al Infierno.
En apoyo de dicha identificación hay ciertos elementos complementarios, como herramientas adscribibles al proceso de tortura y crucifixión (látigo, escalera, clavos…) o la inscripción del friso corrido que rodea todo el perímetro cupular: está en latín y dice: OBLATVS ET QVIA IPSE VOLVIT. ET PECCATA NOSTRA IPSE. PORTAVIT. ESAIE. 53. MARZO.15 DE 1628 AÑOS. Se traduce algo así como «Le ofrecieron porque Él lo quiso y cargó con nuestros pecados», en alusión al Libro de Isaías del Antiguo Testamento, en la parte 53, titulada Profecía de la Pasión del siervo, en la que habla del sacrificio de Cristo y cómo fue ejecutado entre malhechores (los ángeles, pues, representarían a éstos, aunque hay quien dice que son demonios).
También hay un ser mitad hombre mitad gato y tocado con sombrero o una sonriente representación femenina con velo. Si bien algunas figuras fueron recubiertas más tarde, se distinguen veintidós, acaso conservadas, pese al paso inexorable del tiempo y el descuido proverbial de nuestro patrimonio, gracias a la técnica con que están hechas (no pintadas sino esgrafiadas). Habrá que ver cuánto más son capaces de resistir.