Cuando hablamos de macroorganismos automáticamente se nos vienen a la mente imágenes de ballenas, si son animales, o secuoyas, si son vegetales. Sin embargo, al establecer cuál es el ser vivo más grande y pesado hay que cambiar un poco los esquemas porque, si bien nos referimos a él con un nombre en singular, Pando para más señas, en realidad es de un conjunto de clones unidos físicamente. Parece un poco complicado entenderlo así ¿no? Veámoslo con más detalle.

Para ello hay que trasladarse mentalmente a EEUU, a un bosque de la meseta Fish Lake, en Aspen (Utah), donde se encuentra una colonia de clones de álamo surgidos de un único árbol y que comparten raíces bajo tierra. Es decir los miles de individuos que se pueden ver en la superficie, están unidos entre sí en el subsuelo. Como además los análisis demuestran que en el ADN de cada uno se repiten los mismos marcadores genéticos de los demás, se deduce que se trata, en esencia, de un único organismo viviente.

Dicho de otra forma, un solo árbol con varios troncos conectados por una densa e inimaginable red de raíces; tanto que, si el bosque ocupa 43 hectáreas sobre las que se distribuyen 47.000 álamos, y además tenemos en cuenta que, al igual que pasa con los icebergs, las raíces suelen mucho más extensas que las ramas, la extensión subterránea sería aún mayor.

De hecho, se calcula que el peso total de Pando rondaría las 6.615 toneladas. Una cifra colosal acorde con su edad, ya que tiene unos 80.000 años. Ello supone que este bosque se desarrolló antes de la llegada del Hombre a América y ha conocido otros climas, consiguiendo sobrevivir a todos. Seguramente su particularidad deviene de ahí, una superespecialización evolutiva que le ha permitido imponerse a los incendios e impedir que a su alrededor crezcan coníferas, sus principales competidoras. Pando es macho y su reproducción, asexual. Al principio producía semillas pero hace mucho que encontró una vía mejor: los estolones, brotes a partir de sus raíces que terminan por convertirse en tallos adultos

Asimismo y en ese sentido, es destacable que no se mantiene inmutable sino que sus miembros, si se pueden llamar así, mueren continuamente y se renuevan. Es decir, los álamos que lo componen no son tan viejos como el conjunto porque, según la dendrocronología (el recuento de sus anillos) la media de edad de cada individuo está en 130 años.

Precisamente el tema de la edad es el que centra el interés de los científicos ahora, pues algunos creen que le queda poca vida. Eso no significa que Pando vaya a morir exactamente sino que parte de sus raíces podrían hacerlo, con lo cual muchos de los clones dejarían de estar unidos a sus hermanos; es como si se fuera disgregando en grupos más pequeños. Sólo es una teoría pero, de confirmarse, Pando perdería el liderazgo de tamaño y peso, acaso en favor de otra colonial clonal.

Una que estuviera formada por unos pocos secuoyas, por ejemplo (de cuya existencia se sospecha pero sin que haya sido encontrada hasta ahora) podría superarlo. Pero no sería la única, dado que se sabe que algo similar ocurre con las alfombrillas de hongos Armillaria ostoyae del este de Oregón, los antiguos arbustos creosote de los desiertos de Arizona y Chihuahua, y una colonia de posidonia oceánica que hay cerca de Ibiza.

En fin, el descubrimiento de Pando (palabra que viene del latín y significa «extender») fue obra de un científico de la Universidad de Míchigan llamado Burton Barnes, allá por 1970, si bien su principal estudioso ha sido Michael Grant. Realmente hacía falta unas miras muy amplias para asumir tan inaudito concepto. Claro que se quedaría corto si fuera cierta la teoría de James Lovelock sobre Gaia (la tierra comportándose como un ser vivo en busca de su homeostasis).


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