La empatía que el ser humano ha establecido con ciertos animales le lleva a considerar una barbaridad el matarlos para comer su carne, algo que no ocurre con otros muchos a los que sí se les ha encontrado esa utilidad alimentaria. Sin embargo, hay importantes diferencias de un rincón a otro del planeta o, incluso no tan alejados. Como sabemos, los musulmanes tienen prohibida la carne de ciertas especies, al igual que ocurre con los judíos.
Pero los tiros no van por ahí. No me refiero tanto a proscripciones religiosas como morales o de otro tipo. En muchos sitios se comen serpientes, lagartos e insectos que aquí en occidente, en general, no provocarían más que arcadas. Y recordemos que Apsley Cherry-Garrard, uno de los miembros de la expedición de Robert Falcon Scott al Polo Sur, contaba en su espléndido libro El peor viaje del mundo el desagrado que producía a los británicos tener que matar a sus caballos para alimentarse con ellos, frente a la despreocupación, en ese sentido, de lo que hacían los noruegos de Amundsen con sus perros.
Y es que el perro, considerado aforísticamente el mejor amigo del Hombre, también puede ser comestible. Como ya sabemos a estas alturas, en China se consume de forma más o menos habitual, pese a la oposición que levanta esa costumbre en occidente, matándose en torno a diez millones de cánidos anuales. Por eso las campañas que se desarrollan para presionar al país oriental a que legisle en contra, pese a conseguir reducir ese consumo, no acaban de tener éxito total. De hecho, el pasado fin de semana se estrellaron con un evento en el que se sacrificaron unos diez mil canes y gatos en aras de esa faceta gastronómica.
Fue en la ciudad de Yulin durante el llamado Festival de la Carne de Perro, que en realidad no es ninguna tradición milenaria sino una idea puesta en práctica en 2009 por los productores cárnicos chinos para intentar promocionar su negocio, aprovechando la celebración del solsticio de verano. Una medida adoptada ante la evidencia de que, sin llegar a extinguir esa extravagante opción culinaria, que ya fue abolida en tiempos de la dinastía Sui-Tang (581-907 d.C), sí que se ha reducido de forma importante.
Es algo que se hace sobre todo en el sur del país, provocando la burla del resto de la población (suelen decir que se comen todo lo que tenga patas salvo las mesas). Pese a que las autoridades chinas habían anunciado en 2014 que no apoyarían nuevas ediciones del festival, al final parece que se olvidaron de sus palabras; así que arreciaron las críticas, reuniéndose veinte millones de firmas en contra y protestas ciudadanas en medio centenar de sitios de China, muchas apoyadas por activistas llegados de todo el mundo.
Y es que no se trata de una industria al uso. Los perros y gatos de los que se nutre -con perdón- el sector son básicamente capturados en las calles, cuando no robados a sus dueños. Animales desnutridos y enfermos que, evidentemente, no reúnen la más mínima garantía higiénica para sus potenciales consumidores. Baste decir que China es el segundo país del mundo con mayor cantidad de casos de rabia en seres humanos y, dentro de su propio territorio, la provincia de Guangxi se lleva la palma; por cierto, Yulin está en dicha región.
La enfermedad no se transmite al comer la carne pero sí durante el manejo de los perros en las jaulas. Al respecto, cabe decir que no hay mataderos ex profeso, las condiciones sanitarias son nulas y los animales son sacrificados en esas mismas jaulas, apaleados o degollados brutalmente ante el terror de sus congéneres. Basta con ver las muchas imágenes que se pueden encontrar en Internet sobre el tema con sólo pulsar una tecla. La que ilustra este post es uno de los ejemplos más suaves pero no se pierdan la expresión de pánico del gato que intenta huir.
Foto: Humane Society International
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