Desde hace 3400 años los Colosos de Memnón se alzan en silencio en la orilla occidental del Nilo, frente a Luxor y al sur de las necrópolis tebanas, guardando la entrada del templo funerario de Amenhotep III. ¿En silencio? No exactamente.

Se trata de dos gigantescas estatuas gemelas de 18 metros de altura que representan al faraón Amenhotep III en posición sedente y orientadas al Este, al Nilo y a la salida del sol. Están hechas de bloques de cuarcita que tuvo que ser transportada unos 675 kilómetros desde las cercanías del actual El Cairo hasta Tebas. El peso de ambas se estima en 720 toneladas.

Parece que en origen ambas eran exactamente iguales, pero hoy no lo son, como resultado de una restauración acometida en época romana, para la que se utilizó piedra traída de Asuán. El caso es que en el año 27 a.C. un terremoto derribó buena parte del coloso norte. A partir de entonces, la parte inferior que quedó en pie comenzó a cantar todas las mañanas a la salida del sol. Ese curioso hecho quedó registrado por historiadores como Estrabón y Pausanias.

El primero afirma que el sonido era muy parecido a un soplido, mientras que el segundo lo compara con el de la cuerda de una lira al romperse. Estrabón es el que nos proporciona la primera mención del hecho en la literatura histórica, asegurando también haber sido testigo durante su visita del año 20 a.C. Tan sólo 7 años después del comienzo del fenómeno parece que éste ya era famoso y bien conocido en el Mediterráneo.

Los colosos en 2007 / foto Alberto-g-rovi en Wikimedia Commons

Otros que también lo mencionan, aunque no de primera mano, son Plinio, Tácito, Filóstrato y Juvenal. De hecho la base de la estatua está decorada con hasta 90 inscripciones de turistas de la época indicando si habían oído o no el canto.

La leyenda se extendió por doquier de manera tan viral que incluso varios emperadores romanos quisieron acudir a ver y oirlo por si mismos. La última mención fiable de los sonidos data del año 196 d.C. A partir de ahí la reconstrucción romana de cerca del 199 d.C. parece haber sido la causa del cese del fenómeno. El emperador Septimio Severo, que visitó el lugar, no fue capaz de escucharlo.

Se han apuntado dos tipos de explicaciones para el canto de la estatua. Ya Estrabón apuntaba que no había sido capaz de determinar su origen, si procedía del pedestal o era producido por las personas que caminaban por la base. Estas dos teorías, la natural y la producida por el hombre, no han podido ser comprobadas nunca. Si fue un fenómeno natural probablemente era producido por los cambios de temperatura y la evaporación del agua de rocío que al pasar por las fisuras producía el sonido. Y si era producido por el hombre, no se explica porque los sonidos cesaron tras la reconstrucción romana.

Durante los siglos XVIII y XIX ha habido algunos reportes de viajeros que aseguraron haber oído el canto, pero ninguno totalmente convincente.


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