«Son las más sucias criaturas de Alá: no se purifican después de excretar u orinar, ni se bañan antes de haber practicado el impuro ritual del coito y tampoco se lavan sus manos antes de comer.»
Ibn Fadlan fue un escritor y viajero árabe que vivió en el siglo X. En su crónica Kitāb ilà Malik al-Saqāliba sobre la misión que realizó como secretario del embajador del califa abasí de Bagdad, Al-Muqtadir, al rey de los búlgaros del Volga escribió cosas como éstas.
Ibn Fadlan no pudo completar su misión porque la comitiva en la que viajaba fue apresada al llegar al Volga por una horda vikinga, que se lo llevó preso para que le acompañaran en diversas peripecias.
A su vuelta a Bagdad, el escritor entregó al califa un escrito en el que explicaba pormenorizadamente cuál había sido la causa por la que no había podido cumplir con su misión.
Lo cierto es que para Ibn Fadlan su convivencia con los vikingos, nórdicos llamados varegos o rus, que venían a comerciar y, muchas veces, saquear las tierras de oriente, y se establecieron en Kiev, fue todo un shock.
Su relato es muy descriptivo. Habla de la envergadura de aquellos hombres altos y robustos, cuya piel era muy blanca y tenían el pelo rubio o pelirrojo. Y describre a los orientales tanto su vestimenta, totalmente distinta a la de los árabes, como sus armas de guerra: espadas rectas y acanaladas o hachas arrojadizas. Incluso revela los tatuajes de color verde oscuro que decoraban sus brazos.
Nunca he visto ejemplares físicos más perfectos, altos como palmeras datileras, rubios y de complexión rubicunda[…] cada hombre tiene un hacha, una espada y un cuchillo y no se separa de ellos en ningún momento.
La falta de higiene de los vikingos es algo que le horrorizó al cronista y lo enfatiza cuando describe que solo se bañaban por las mañanas. Su escándalo partía de la base en que todos utilizaban la misma palangana, mientras que según la costumbre del Islam esa agua en la que una persona se lava no puede utilizarla nadie más porque es impura.
Ibn Fadlan también narra con crudeza la costumbre vikinga con los enfermos. Los apartaban del grupo y eran confinados en una tienda de campaña; comían solo pan y agua y nadie los visitaba. Si sanaban se incorporaban con los demás, pero si morían los incineraban.
Su crónica es la mejor descripción que tenemos de una fuente histórica de cómo era la ceremonia de cremación de un jefe guerrero o personaje importante. Su extraordinario relato cuenta como, aparte de los rituales previos, el difunto permanecía enterrado durante 10 días hasta que era quemado dentro de su barco.
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