Aunque no conozcan su vida -ahora se la cuento- seguramente sí les sonará el nombre de William Kidd. No necesitan siquiera ser aficionados a la Historia; basta con serlo a la literatura porque ese pirata es el protagonista indirecto de dos importantes novelas: La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, y El escarabajo de oro, de Edgar Alan Poe.
La primera no necesita presentación ya que si no han leído el libro sí que habrán visto alguna de las adaptaciones cinematográficas que se han hecho y ya resultan familiares los nombres de Long John Silver, el grumete Jim, el doctor Livesey, el capitán Smollet o incluso Ben Gunn. La segunda no es tan popular y forma parte de esas espléndidas Narraciones extraordinarias que el escritor bostoniano ideaba en un tour de force de imaginación.
El caso es que, si bien su desarrollo es diferente, ambas tienen un argumento básico similar: alguien descubre un plano que indica el emplazamiento del tesoro del famoso pirata William Kidd y se organiza una expedición para encontrarlo y desenterrarlo, expedición durante la cual ocurren un montón de aventuras. Y ahora toca preguntarse ¿qué tesoro era ése? ¿Existió realmente?
Pues sí; con matices, claro, pero no sólo existió sino que, según parece, podrían haberlo hallado días atrás. Fue en la isla de Sainte Marie, en Madagascar, cuyas autoridades así lo han presentado a los medios de comunicación durante un acto oficial. Un equipo de arqueólogos subacuáticos británicos y estadounidenses liderado por el veterano Barry Clifford, que ya tiene en su currículum el hallazgo del buque Whyda (el primer pecio pirata verificado que se ha descubierto), sacó a la superficie un lingote de plata de cincuenta kilos de peso que permanecía desde hace siglos entre los restos de un barco naufragado.
Dicha nave es identificada por algunos como el Adventure Galley que capitaneaba Kidd y está rodeada por otros trece barcos en lo que constituye un rico yacimiento submarino conocido ya desde hace años. Ahora se espera confirmar la procedencia del lingote, sacar más y encauzar el descubrimiento de manera que resulte beneficioso para incrementar el turismo en la zona. Si es, en efecto, parte del tesoro de Kidd, debería haber fabulosas riquezas bajo el agua.
Y es que William Kidd fue uno de los piratas más exitosos de la historia. Natural de Dundee (Escocia), donde nació en 1645, era hijo de marino, por lo que su vocación parecía inevitable. Kidd navegó al servicio de la corona, protegiendo las colonias británicas de los ataque franceses e incluso persiguiendo a los piratas que infestaba el Caribe. Al mando del Adventure Galley recibió una patente de corso y sus correrías empezaron a hacerse famosas, casi tantos como la dureza que empleaba con sus tripulaciones, que poco a poco fueron hartándose de él y terminaron por amotinarse; Kidd reprimió brutalmente la rebelión.
Eso le perdió. Los marineros, resentidos, le denunciaron por piratería tras atacar un buque francés que tenía capitán inglés y el gobierno británico dictó orden de busca y captura. Abandonado por todos, el corsario decidió quitarse de en medio, enterrando el fabuloso tesoro que había ido acumulando. Finalmente, fue traicionado por un amigo -el gobernador de Boston-, apresado y enviado a Inglaterra. Allí se le sometió a un juicio en el mismísimo Parlamento, donde los políticos de los dos partidos intentaron aprovechar descaradamente el proceso en su favor.
De nada le sirvió el guardar silencio sobre sus socios, ilustres caballeros ingleses a los que no denunció pensando que al final le sacarían de allí y que, según parece constar en una carta, incluía al propio rey Guillermo III, al que entregaba un diez por ciento de lo que saqueaba. Declarado culpable de todos los cargos, le ahorcaron en 1701; tres veces, puesto que las dos primeras se rompió la soga. El cadáver, impregnado de alquitrán, se colgó envuelto en cadenas en los antiguos docks del Támesis, como era costumbre para dar ejemplo contra todo aquel al que entrasen tentaciones de dedicarse a la piratería.
En cuanto al tesoro, nunca se encontró ni se supo con exactitud dónde lo había enterrado. Una versión dice que en la isla Gardiner, en Boston, lo que inspiró a Poe para el cuento que decíamos antes. Otras los sitúan en distintos puntos de Asia. En Madagascar no estaría el tesoro enterrado sino el botín que llevaba en la bodega del Adventure Galley cuando se hundió, después de que el propio Kidd lo incendiase para evitar que cayera en manos de su amigo/enemigo Robert Culliford.
Vía: The Scotsman
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