Es normal que, en función de diversas razones, los países vayan cambiando de capital con al paso de los tiempos. Unos lo hacen por la merma de su territorio, otros por lo contrario; los hay que cambian por la mejor ubicación de la ciudad elegida o por la decadencia de la vigente; incluso, en ocasiones, se impone una rotación. En cualquier caso, es raro encontrar un país que haya tenido tantas capitales a lo largo de su historia como Egipto.
Ahora es El Cairo pero recordemos que también tuvieron esa dignidad, por orden cronológico, Buto, Hierakómpolis, Menfis, Tebas, Avaris, Itjtawy, Sais, Mendez, Alejandría y Fustat. No sé si me he olvidado alguna; de todas formas, es posible que la lista se amplíe si se lleva a la práctica un fantástico plan que ya ha sido aprobado por el gobierno egipcio, aunque una cosa sea la teoría y otra la práctica.
Me refiero a una ciudad diseñada sobre el papel bajo la denominación genérica -no sé si temporal o definitiva- de Capital y que, como extensión racional y ordenada de El Cairo, debería ser «el catalizador para un renacimiento de Egipto». Ahí es nada, teniendo en cuenta que los problemas del país son otros, en mi opinión, y que el coste de este proyecto faraónico -nunca mejor dicho- rondará los trescientos mil millones de dólares. O sea, más que todo el PIB nacional.
Me parece que así no se desarrollan ni el espíritu nacional ni el consenso ni el crecimiento sostenible a largo plazo de Egipto, que son los objetivos declarados pero en fin, aparte de dignificar algo tan urbanísticamente mediocre como la capital actual. El caso es que se trata de una ciudad que partirá de la nada -ya hay ubicación, con un centenar de kilómetros cuadrados reservados ad hoc-, prevista para acoger cinco millones de habitantes y a construir en tan sólo siete años, creando casi dos millones de empleos.
Dicen que se inspira en Silicon Valley y que constituirá un auténtico centro de innovación tecnológica, una urbe inteligente que no caerá en los problemas de hacinamiento y contaminación de El Cairo, que tendrá un sistema de transporte público ejemplar, que alcanzará un alto grado de protección al medio ambiente (con tratamiento y reciclaje de basuras, uso de energías renovables eólica y solar, preocupación por la ecología del entorno) y que mantendrá la sostenibilidad en la alimentación de los ciudadanos.
Dicho de otra forma una utopía, un modelo idóneo para continuar en esa línea en el ámbito mundial pero que los críticos dicen que es demasiado perfecta para que se haga realidad. Los más malpensados hablan de que simplemente trata de impresionar para atraer inversores.
Vía: Web Urbanist
Más información: The Capital
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