El famoso gangster Al Capone no es una figura ejemplar precisamente, todo lo contrario. Como cabecilla principal del crimen organizado en la ciudad de Chicago en las primeras décadas del siglo XX fue responsable de asesinatos y ejecuciones, además de otros múltiples delitos. Todo ello basado en la distribución ilegal de alcohol durante los años de la prohibición.
Al final, como todo el mundo sabe, Eliot Ness y los Intocables lograron darle caza en 1932, pero solo pudieron acusarle de evasión de impuestos. Sería uno de los delincuentes que estrenarían la recién abierta cárcel de Alcatraz en San Francisco. En 1939 sería puesto en libertad condicional. Pasó los últimos días de su vida en Palm Island, Florida, ya muy deteriorada su salud. Murió el 25 de enero de 1947 de un ataque cardíaco.
Pero con todo hay algo por lo que podemos estar agradecidos a Al Capone. Su compleja personalidad era vista en Chicago como una especie de Robin Hood moderno. De hecho fue el primero que abrió cocinas económicas para alimentar a quienes no disponían de recursos durante la Gran Depresión. En ellas se servían gratuitamente tres comidas diarias, con el fin de asegurarse que cualquiera que hubiera perdido su trabajo pudiera alimentarse. Pronto todas las ciudades del país lo imitaron. No sólo eso, sino que él mismo acudía en ocasiones a servir las comidas, y se calcula que mantener las cocinas abiertas le costaba miles de dólares a diario.
En aquella época no existían controles sobre la producción y venta de leche, tampoco había leyes que regulasen la calidad ni los tratamientos de esterilización. Y por supuesto tampoco existían las fechas de caducidad, que hoy son algo absolutamente normal e imprescindible.
Al parecer un familiar cercano de Al Capone, probablemente un niño, enfermó por consumir leche en mal estado. Esto le hizo fijarse en el negocio de su venta y distribución, que por cierto tenía un caracter bastante oscuro, como a él le gustaban los negocios.
Lo que no le debía gustar era ver a la gente enfermar y morir por consumir productos caducados. Además, con el cercano fin de la prohibición le pudo parecer que la leche era un buen negocio en el que emplear la flota de camiones que le iban a sobrar. Así que compró una planta procesadora de leche llamada Meadowmoor Dairies, y consiguió que el consejo de la ciudad aprobase una ley exigiendo que todas las botellas de leche llevasen una fecha de caducidad estampada.
Pero no todo iba a ser altruismo. Al parecer se había hecho también con el mercado de máquinas estampadoras de fechas de caducidad, con lo cual era un negocio redondo. En ello le ayudó su hermano Ralph Capone, al que desde entonces se apodó como Bottles Capone. Éste estaba considerado como el enemigo público número 3 mientras que Al era indudablemente el enemigo público número 1.
Desde entonces, aunque las razones no fueran todo lo bondadosas que aparentan, todas las botellas de leche comenzaron a llevar impresas la fecha de caducidad. Y con el tiempo esto se extendería a todos los productos perecederos.
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