Las impresoras 3D siguen deparándonos sorpresas periódicamente, cada vez más epatantes si cabe. Este tipo de tecnología ya permite fabricar una reproducción de casi cualquier cosa y además a distancia, previo escaneo del objeto y la correspondiente transmisión de datos; aquí mismo lo vimos no hace mucho en aquel post sobre el teletransporte. No importan ni la distancia ni las dificultades del entorno donde se halla el original.
Si están abonados al National Geographic o, al menos, leen la revista mensual, habrán visto el fantástico reportaje de este mes -que además es portada- titulado Batalla naval en al Báltico. Cuenta cómo un equipo de arqueólogos subacuáticos (de los de verdad, no como los piratas del Odissey) han localizado un pecio excepcional en ese norteño mar, los estudios que llevan a cabo sobre él y, sobre todo, el plan alternativo para solventar su casi imposible rescate.
El navío es el Mars, un galeón sueco hundido en 1564 por la coalición que formó Dinamarca con Lübeck en el contexto de la Guerra de los Siete Años por hacerse con la hegemonía del comercio en el norte de Europa. El Mars era el orgullo de la marina de Gustavo Vasa I; el buque más grande de su época, llegando a cargar la desorbitada cifra de ciento veinte cañones y un total de mil ochocientas toneladas. Pero tal esplendor no le impidió acabar mal.
En efecto, durante la batalla librada frente a la isla de Öland, el barco fue abordado por el enemigo, que quería hacerse con el tesoro real que transportaba en su bodega. No se sabe si consiguieron llevarse algo porque el fuego que había prendido en la arboladura alcanzó la santabárbara y ésta explotó, mandando al Mars a pique.
Cuatro siglos y medio después ha sido encontrado, reposando plácidamente a setenta y cinco metros de profundidad y en muy buen estado de conservación porque las frías aguas del Báltico no permiten vivir a la broma, el molusco xilófago que suele devorar los cascos naufragados. Eso, que por un lado es bueno, por otro resulta malo. ¿Por qué? Porque los apenas cuatro grados de temperatura que hay allá abajo, combinados con la enorme presión, impiden a los buzos permanecer abajo más de treinta minutos (tiempo al que es necesario sumar un par de horas más de descompresión).
Insuficiente para llevar a cabo las acciones necesarias de una reflotación como las que se llevaron a cabo con el Vasa o el Mary Rose. Por esa razón, a lo que se dedican fundamentalmente los submarinistas es a sacar fotografías: unas cuatrocientas cada uno por inmersión y no al azar sino de forma sistemática, porque luego se recomponen como un puzzle en el buque científico Princess Alice, combinándose con las mediciones digitales con sónar hechas por robots sumergibles.
Esa formidable recopilación de millones de datos fotogramétricos permite recomponer una recreación virtual del Mars que se integrará en un programa para formar un modelo tridimensional. Y aquí viene el mencionado plan B del rescate: ya que el adverso entorno impide la reflotación y posterior restauración, lo que se hará es pasar ese modelo a una impresora 3D para que lo imprima en un polímero plástico y obtener así una réplica exacta a tamaño natural. Una maqueta gigante y con el mismo nivel de detalle que el original, el cual seguirá esperando en las profundidades a que algún día haya una tecnología capaz de rescatarlo.
Más información: National Geographic
También en La Brújula Verde: Inventan el teletransporte de objetos inanimados
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.