magen: Chris Muiden en Wikimedia Commons

Un título sorprendente ¿verdad? No hay que tomarlo al pie de la letra pero sintetiza la atrevida teoría propuesta por Pat Shipman, profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de Pensilvania, según la cual la colaboración del Homo sapiens con el lobo sirvió para mejorar los resultados de la caza para ambos y, como complemento, la eliminación de un rival como Homo neandertalensis.

Los neandertales poblaban Europa hace 250.000 años cuando una nueva especie empezó a imponerse en África: el Homo sapiens, el humano moderno, que unas decenas de miles de años después empezó a desplazarse hacia el norte y el este. Hace 60.000 años, ambos compartían territorio en Oriente Medio y hacia el 45.000 esa situación se reprodujo por estas latitudes. Pocos milenios después, los neandertales se extinguían y nosotros nos quedábamos con todo el pastel.

Durante mucho tiempo hubo una intensa controversia sobre los motivos de esa desaparición: que si habían sido exterminados, que si se habían mezclado… Hoy parece que se trató de una combinación de ambas cosas, pues se ha detectado un pequeño porcentaje de sus genes en nuestro ADN. Lo que nadie imaginó nunca es que los sapiens hubiesen contado con un aliado en ese choque; y menos aún uno tan insólito, de cuatro patas y que acabaría adquiriendo una injusta mala fama.

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El perro está considerado el mejor amigo del Hombre por su lealtad, fidelidad y habilidad para proporcionarle ciertos servicios, desde protección a compañía, pasando por diversión, terapia, ayuda en determinadas tareas, etc. Pero es posible que les debamos más de lo que creíamos: el haber eliminado un competidor evolutivo.

Lo que sorprenderá a más de uno es saber que los perros no constituyen una especie natural sino que son descendientes de los lobos. Aunque se desconoce con exactitud en qué momento se produjo la domesticación, hasta ahora se pensaba que ocurrió coincidiendo con la aparición de la agricultura, hará unos 10.000 años. Sin embargo, Shipman se atreve a retrotraer la cronología a unos 40.000 años, justo el tiempo en que los neandertales desparecieron de la faz de la Tierra. Por entonces esas tres especies estaban en lo alto de la cadena trófica y, en la práctica, eran rivales en la caza.

Evidentemente, Shipman admite que hubo otros factores. Por ejemplo, sabemos que se produjo un cambio climático con una paulatina suavización de temperaturas que a los neandertales, muy adaptados anatómicamente al frío, no les vino nada bien. También nos consta que los sapiens desarrollaron unos conocimientos más avanzados que les permitieron fabricar armas mejores. La alianza con el lobo fue la puntilla.

¿Por qué? Pues porque, hasta entonces, la caza se basaba en la persecución de la presa, algo que podía prolongarse varias jornadas y que con la ayuda de perros (o los primeros lobos domesticados) se volvió más sencillo. No es lo mismo un grupo de humanos corriendo torpemente detrás de un ciervo, un alce o un uro, que poder enviar una jauría a hacer ese trabajo para luego poder acercarse simplemente y lanzar la azagaya a un animal agotado.

Tampoco es igual, una vez abatida la pieza, poder descarnarla tranquilamente que verse obligado a defenderla de peligrosos depredadores -leones o hienas, por ejemplo- que acuden en busca de comida fácil, cosa bastante habitual en la naturaleza. A su vez, los lobos amaestrados, que ayudaron en la cacería y en la protección de la preciosa carne, obtenían su parte del botín con alimentación garantizada y sin necesidad de jugarse la vida en el proceso de matar la presa, porque lo hacían los hombres con sus armas. Las dos partes ganaban.

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Incapaz de competir con una alianza así, el Hombre de Neandertal cedió. En realidad no sólo él, ya que a otras especies les pasó lo mismo, como los mamuts o los bisontes. De hecho, toda una era porque se terminaba la Edad del Hielo, a cuya última etapa se adscriben lo que podrían considerarse las pruebas de la osada teoría: en Siberia y Bélgica se han encontrado restos de lobos aparentemente domesticados, con los hocicos más cortos y otras diferencias morfológicas con una edad aproximada de 33.000 años, mucho más antiguos que la cifra de 10.000 años citada antes.

Lo mejor de todo, lo más audaz del trabajo de Shipman, es el encontrar una de las claves en los ojos. El lobo tiene una esclerótica blanca; el ser humano también y, de hecho, es el único primate con el globo ocular de ese color. Según el antropólogo estadounidense, una esclerótica blanca tiene la ventaja de facilitar al que está delante el saber qué mira su dueño; o sea, posibilita el establecimiento de una forma de comunicación no verbal que habría ayudado a los primeros cazadores a entenderse con sus animales. La transferencia genética de esa mutación se habría generalizado beneficiando a los que cazaban ayudados por perros.

Los neandertales no estaban entre ellos y no tuvieron una segunda oportunidad.

Vía: The Guardian

Foto 1: Chicken Smoothie

Foto 2: Doug Smith en Wikimedia

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