Ya tenemos ahí la primavera y, aunque el frío sigue resistiéndose a marchar en algunos sitios, en otros ya calienta el sol a base de bien permitiendo la escapada a la playa. Pero, en realidad, el astro rey no es estrictamente necesario, al menos para algunos que no van a broncearse con sus rayos sino que encuentran en esos lugares la materia prima para aplicar su creatividad.

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Es el caso de Calvin Seibert, un artista especializado en arte con arena; o, al menos, eso es lo que le ha dado mayor popularidad. Sabrán que la escultura con arena es una especie de subgénero cuyos practicantes suelen participar en concursos por todo el mundo a lo largo del año. Lo que pasa es que, normalmente, se suelen recrear escenas, animales o paisajes, pero no castillos, que parecen circunscritos al mundo infantil. Salvo para Seibert.

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En realidad esto tampoco es exacto, ya que Seibert no suele hacer castillos con almenas y torres sino otro tipo de edificios más similares a palacios de congresos o mansiones futuristas. A veces se trata de una acumulación de formas geométricas en las que cabe adivinar levemente una estructura arquitectónica por sus escaleras o puertas; en otros casos se percibe de forma clara ese carácter y casi da lástima que no existan de verdad.

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Arena, agua y alguna herramienta elemental es todo lo que necesita Seibert para hacer su trabajo, en el cual ya lleva empleado varios años tras aprender con un escultor profesional. En todo este tiempo ha ido incorporando series, una tras otra. Se entiende el porqué de esa constante producción, dada la naturaleza efímera de las obras: el mar se las traga y, si en un primer momento resisten perdiendo sus aristas, redondeándose, reblandeciéndose, al final acaban por desaparecer sin dejar apenas rastro.

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El propio Seibert explica que hay que luchar contra el mar en una especie de duelo, a ver quién es más rápido. Eso, precisamente, es lo que le gusta del trabajo, aunque no es fácil porque nunca empieza una obra con un plan preestablecido y bocetos sino que sólo tiene una vaga idea de lo que quiere plasmar y luego son las formas que van apareciendo las que, como si cobrasen vida propia, adoptan una dirección concreta. «Se convierten en máquinas orgánicas que pueden crecer o expandirse», dice.

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Vía: CJWHO

Fotos: Calvin Seibert en Facebook

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