Imaginen una combinación de los conceptos de David Cronemberg con los de Clive Barker y añádanles como aderezo final, no sé, los diseños de las películas Dentro del Laberinto, Cristal Oscuro y, sobre todo, Razas de noche. En realidad no hace falta que fuercen la imaginación porque para eso tienen las fotos adjuntas de la obra de Patricia Piccini.

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Patricia nació en Sierra Leona en 1965, aunque a los siete años ya vivía en Australia. Entre 1985 y 1991 estudió Arte en la Australian National University y el Victorian College of the Arts, lanzándose entonces a una carrera profesional como artista que incluye decenas de exposiciones individuales y colectivas, así como varios premios y el honor de aportar obras suyas a destacadas colecciones nacionales (National Gallery of Australia, Queensland Art Gallery, The University of Melbourne, Parliament House of Canberra, etc).

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Aunque también practica otros géneros como la pintura, el dibujo, la fotografía, los audiovisuales o la impresión digital, su gran especialidad, la que le ha dado la fama y la trae hoy a este blog, es la escultura. Eso sí, no esperen estatuas al uso ni figuras de piedra o bronce. Alguna más convencional tiene, claro, pero lo que realmente identifica su peculiar estilo son esas criaturas fantásticas de aspecto híbrido o mutante.

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A medio camino entre la condición humana y la animal, como si la genética hubiera encontrado caminos alternativos, una característica habitual de las creaciones de Patricia es el aspecto infantil, blando, inocente, de esos seres, si bien hay otros de apariencia más inquietante y cercana a lo que Cronemberg llamaba Nueva carne.

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Otra igualmente reconocible está en las malformaciones que aparentan sufrir, otorgándoles una pinta ora entrañable, ora repulsiva, pero siempre deformes. Así, si bien son totalmente inventadas, las criaturas han sido plasmadas con unos materiales y una dosis tales de realismo que parecen vivas y totalmente creíbles. Alguna muy bien podría ser un habitante de Midian, el pueblo oculto de la novela Cabal.

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Pese a la similitud final, la técnica es diferente a la que se usaba en el cine para los animatronics (que prácticamente han desaparecido ante la pujanza de la tecnología digital). Si en el séptimo arte los maquilladores y expertos en efectos especiales recurrían al látex, las obras de Patricia están hechas de una mezcla de silicona, plástico y vidrio, debidamente pintados para conseguir la textura adecuada de la piel y con pelo auténtico (humano, además) que da el toque decisivo.

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A veces se sale un poco de los esquemas o los complementa con figuras plenamente humanas para componer escenas, a menudo con niños aunque también con adultos tan hiperrealísticamente representados como los otros. Y también tiene una pieza muy popular, bautizada como Skywhale, encargada por el gobierno australiano para celebrar su bicentenario y que es un inaudito globo aerostático con forma de mamífero marino de enormes ubres colgantes.

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¿Cómo reacciona el público ante este singular bestiario? Hay de todo: unos desean acariciar a las criaturas para cerciorarse de que lo que les dicen los sentidos es una cosa y la verdad otra; pero también los hay que sienten desagrado y, a menudo, abandonan la exposición de turno. Lo cierto es que Patricia admite que le gusta esa controversia y el consecuente debate que genera: el impacto de la biotecnología en nuestras vidas, los cambios en los conceptos «natural» y «artificial», los límites éticos de la ingeniería genética…

Más información: Patricia Piccini

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