Imaginen que el pasado invierno hubieran visitado la región austríaca de Estiria, al sureste del país. Más concretamente, una bucólica localidad de nombre imposible, Tragöß. Casi con total seguridad les habrían recomendado acercarse a ver el paisaje más bonito y pintoresco de los alrededores, el Grüner See, que en castellano significa Lago Verde.
La razón de ese nombre es obvia. Se trata de un lago que destaca por el intenso color glauco de sus aguas. Ese tono esmeralda, que resalta incluso sobre el bosque que lo rodea, no se debe al fondo porque éste es rocoso y carece de flora sino que tiene su origen en las montañas Hochschwab, una cordillera caliza que se alza muy cerca y constituye su principal aporte hídrico.
El lugar es realmente encantador y fue declarado Reserva Natural en 2006, atrayendo a unos dieciséis mil turistas anuales.

Haciendo caso omiso del frío invernal, la gente pasea por las inmediaciones, hace echar humo a las cámaras de fotos y, si tienen la suerte de pillar un día soleado, incluso descansarán en alguno de los bancos de madera repartidos por la orilla, entre los árboles y con vistas a un puente, también hecho de madera.
Pues bien, ahora imaginen que regresan en primavera, unos meses después de su primera estancia: se sorprenderán de ver que el Grüner See ha crecido tanto que su profundidad ha pasado de los habituales uno o dos metros a una docena, hasta el punto de que no encontrarán ya ningún banco disponible porque estarán sumergidos.

Lo mismo pasa con el puente ya que, de hecho, buena parte de la superficie del parque estará anegada.
Ello se debe a la fusión de las nieves que cubre las montañas, un deshielo que alimenta generosamente la cuenca del lago, haciendo subir espectacularmente el nivel y llenándolo de vida. No sé si se puede pescar pero hay truchas, salmones y cangrejos; es más, los visitantes que mejor lo pasan en esa estación -que se prolonga hasta junio, aproximadamente- son los que acuden equipados con traje de neopreno para bucear, sin importarles las bajísimas temperaturas de las cristalinas y puras aguas (entre seis y siete grados).
Así se mantiene dos o tres meses. En julio, empieza a descender de nuevo el nivel de la superficie y así se reinicia el ciclo.
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