Tengo en el salón de mi casa una copia del cuadro Noche estrellada. Fue un regalo de mi madre que, por supuesto, no se lo compró a Van Gogh ni a sus herederos sino a una espléndida artista callejera de la que nunca volvió a saber nada. El caso es que esa obra, ejerce una curiosa atracción sobre todo el que la ve, no sólo por la exactitud de la réplica sino también por la imagen en sí, plasmada por la maestría del pintor holandés pero tamizada por su particular visión de las cosas.
Como indica su nombre, esa pintura posimpresionista representa una vista nocturna captada desde la ventana de la habitación del sanatorio donde Van Gogh estuvo interno parte del tramo final de su vida, en Saint-Rémy-de-Provence, allá por 1889 (el mismo año en que se mutiló la oreja). Sin embargo, dicen los expertos, el artista no lo pintó copiando del natural en horas de sueño sino durante el día, de memoria; quizá por eso resulta tan personal e insólito.
Porque cualquiera que contemple Noche estrellada tiene que sorprenderse inevitablemente ante ese cielo nocturno iluminado por las luces espirales que irradian la luna, las estrellas… ¿y algo más? Sí, si atendemos a algunas teorías, cada vez más aceptadas, sobre lo que Van Gogh quiso plasmar con sus pinceles.
Buen ejemplo de ello es el último libro de Michael Benson, periodista, cineasta y fotógrafo, autor de algunas de las fotografías del espacio exterior más impresionantes que se han hecho gracias a las avanzadas técnicas que aplica combinando imágenes de sondas espaciales, telescopios y satélites. Decía que su última obra se titula <em>Cosmigraphics y en ella repasa los sucesivos intentos del Hombre por representar el universo y la Tierra en soporte documental.
Así, el recorrido de Benson empieza entre los mil quinientos y dos mil años antes de Cristo con el sol, la luna y las Pléyades grabadas en el disco celeste de Nebra, una pieza de orfebrería en cobre y oro que permitía medir los solsticios (fue hallado en Alemania en 1999) y sigue por un montón de representaciones más, como las famosas cartas de Ptolomeo y Copérnico o la del cosmólogo Robert Fludd, que dibujó el universo pre-Creación en 1617, hasta llegar a la de la cartógrafa Marie Tharp y el geólogo Bruce Heezen en 1976, que cambia de frontera y refleja la de los fondos oceánicos.
Pero lo que nos interesa aquí es la atención que presta a la Noche estrellada al recuperar una de esas teorías de las que hablaba antes, la formulada por el escritor y físico Simon Singh en su libro Big Bang. Este divulgador británico de origen indio resaltó el parecido entre esa luz espiral pintada por Van Gogh y un dibujo de la galaxia Remolino que había realizado Lord Rosse en 1845, casi medio siglo antes que el pintor (foto anterior).
Este aristócrata irlandés, llamado William Parsons, era astrónomo aficionado -le llaman «el Carl Sagan del siglo XIX»- y fue el descubridor de dicha galaxia, hoy conocida también como M51. Pues bien ésta tiene una forma espiral que la asemeja mucho a lo que se ve en el cuadro, lo que induce a Benson a creer que Van Gogh vio el boceto de Parsons en algún libro -el irlandés era una referencia en astronomía por entonces-, bien en el sur de Francia donde residía, bien en una visita a París.
El caso es que Van Gogh hizo un primer bosquejo en tinta sobre papel en 1889 y después procedió a llevarlo al lienzo con óleo y el resultado es esa extraña y enigmática noche con estrellas, cuyo modelo estelar también fue comparado con una fotografía tomada por el telescopio Hubble en 2004: la de la constelación V838 Monoceros (El Unicornio), envuelta por unas nubes de gas muy parecidas a los patrones giratorios del cuadro impresionista.
De hecho, el Hubble ha suministrado muchas más imágenes con las que otro astrónomo actual, Alex Harrison Parker, rinde su particular brindis al holandés reproduciendo ese lienzo con fotos tomadas por ese telescopio (última foto). Ah, mi mujer está haciendo lo propio en punto de cruz, por homenajes, que no sea.
Vía: PRI
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