No me digan que no les encantaría decir eso de «Teletranspórtenos, Scotty» y ser desintegrados para que luego se reintegren las moléculas en otro lugar. El capitán Kirk y la tripulación del USS Entreprise lo hacían habitualmente y también experimentó con ello el doctor Seth Brundle, aunque una mosca le estropeó el plan. Sería la ruina de las empresas de transporte y de los fabricantes de vehículos, eso sí.
Bueno, de momento parece que esos negocios seguirán boyantes porque la posibilidad de viajar así aún es ciencia ficción. Lo cual no quiere decir que no haya algo ligeramente parecido porque unos ingenieros alemanes acaban de lograr un hito en esa línea: escanear un objeto, destruyéndolo durante el proceso y transmitir su imagen por Internet para reproducirlo en otro sitio mediante una impresora 3D.
Ya sé que no es exactamente lo mismo y que, al menos de momento, no sirve para seres vivos. Pero por algo se empieza y los chicos del Hasso Plattner Institute siguen trabajando en el tema para que el proceso de reconstrucción sea lo más preciso y exacto posible, dado que su máquina sólo es un prototipo por ahora, con las limitaciones lógicas de estos casos.
¿Cuáles? Primero, los objetos deben estar pintados de negro para garantizar el contraste del escáner; segundo, en las pruebas se ha usado una impresora 3D comercial normal. Ello supone que las réplicas tuvieron que ser hacerse en plástico, en un solo color y con resolución limitada. Durante los diversos pasos que tiene la operación -exploración, transmisión, reproducción- se pierde un buen puñado de detalles complejos.
Y es que el escáner va registrando y eliminando lentamente capa a capa, tal cual se tratase de una fresadora, para poder replicar incluso las cavidades interiores que pueda haber. Todo eso se plasma de forma codificada digitalmente y se transmite por Internet a otra máquina, que pasa los datos a la impresora para obtener una recreación tridimensional.
Para el usuario todo se limita a pulsar un botón, escribir un destinatario y luego oprimir otro botón. Scotty no tenía que hacer mucho más en el Enterprise para ello. Por cierto, ése, Scotty, es el nombre que los científicos teutones le han puesto a su invento. Muy oportuno ¿no creen?
Vía: The Telegraph
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