Ya es un clásico de las películas de robos la escena en que el ladrón corta un cristal con una punta de diamante. Esta gema estaba considerada el material más duro del mundo hasta hace poco, de ahí que las famosas garras de Lobezno estén hechas de algo con un nombre parecido, adamantium; inventado, claro.

El matiz de lo que acabo de decir está en el «hasta hace poco». Porque de un tiempo a esta parte se han ido descubriendo materiales aún más resistentes: el grafeno, los nanotubos de carbono, el carbino, la tela de araña… Todos ellos se están investigando para intentar aprovechar sus cualidades en nuestra vida; sabrán, por ejemplo, que la sustancia de los arácnidos se perfila como la base fundamental de los chalecos antibala del futuro.

Sin embargo, un artículo publicado en la revista científica Royal Society Interface refleja un estudio según el cual hay algo que deja en precario todo lo anterior. El trabajo, firmado por un equipo de investigadores de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Portsmouth bajo la dirección del profesor Asa Barber, nos revela que los dientes de las lapas le dan sopas con onda a cualquier otro material en cuestión de fuerza y resistencia.

Dientes de lapa vistos al microscopio / foto Eystein-thom en Wikimedia Commons

Ya, es un poco raro eso de hablar de lapas con dientes, teniendo en cuenta que, salvo la concha, son animales blandos y elásticos. Pero el caso es que tienen; pequeños, sí (un milímetro de longitud y cien veces más delgados que un cabello humano), pero muy eficaces en su cometido, que no es otro que raspar las superficies rocosas que deja al aire la bajamar para, cuando vuelva a subir la marea, engullir los restos flotantes de algas con que se alimentan

El equipo científico examinó el comportamiento mecánico a pequeña escala de los dientes de las lapas utilizando un microscopio atómico, una tecnología que permite ir separando los componentes de cualquier material hasta alcanzar el nivel de sus átomos. Así, se encontró que la composición de dichos dientes incluye un duro mineral llamado goethita, que va creciendo simultáneamente a la lapa y les proporciona una fuerza similar en todos.

«En general -explica Barber-, una estructura grande tiene un montón de defectos y puede romperse con más facilidad que una más pequeña, que tiene menos fallas y es más fuerte. El problema es que la mayoría de las estructuras tienen que ser bastante grandes por lo que resultan más débiles de lo que nos gustaría. Los dientes de las lapas rompen esta regla porque su fuerza es la misma sin importar el tamaño «.

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Imagen ampliada de los dientes de lapa / foto University of Portsmouth

El interés para el Hombre es evidente. Quizá las lapas nos permitan fabricar materiales más resistentes para, pongamos por caso, aplicar a coches de Fórmula 1, cascos de barco, estructuras de aviones, edificios, etc. Como dice Barber, «la naturaleza es una maravillosa fuente de inspiración para las estructuras porque presenta excelentes propiedades mecánicas. Todas las cosas que observamos a nuestro alrededor, como los árboles, las conchas de las criaturas marinas y los dientes de lapa estudiados en este trabajo, han evolucionado para ser eficaces en lo que hacen».

La clave está en determinar y seleccionar cuáles de esas estructuras biológicas presentes en la naturaleza pueden sernos de utilidad. A esto se le llama bioinspiración y su característica más curiosa es precisamente la que ilustra este caso: el hecho de que un ser minúsculo y aparentemente no muy aprovechable -más allá de la gastronomía- tenga el potencial de aportarnos tanto. Como le pasaba a Frodo en El Señor de los anillos, vaya.


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