En el año 1941 el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt tenía un dificil panorama por delante, como era mantener la neutralidad de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Por lo menos esa era la promesa que había hecho a sus ciudadanos solo un año antes. En la práctica la ayuda norteamericana a los aliados ya estaba siendo desarrollada en muchos aspectos. Y probablemente el propio Roosevelt se estuviera arrepintiendo de lo dicho vistos los avances del régimen nazi.
Roosevelt tan solo necesitaba una excusa, una muy potente y cautivadora, para sortear lo prometido y entrar al conflicto de lleno. Y la consiguió en octubre de ese mismo año 1941. En una intervención radiofónica a toda la nación anunció un extraordinario descubrimiento. “Tengo en mi poder”, dijo, “un mapa secreto hecho en Alemania por el gobierno de Hitler. Es un mapa de Sudamérica y parte de América Central, tal y como Hitler se propone reorganizarlas. Este mapa pone de manifiesto que los nazis van, no solo contra Sudamérica sino contra los Estados Unidos también”.
Y es que por entonces los norteamericanos todavía consideraban todo el continente como su patio trasero, en referencia a la doctrina Monroe. Sin embargo los alemanes negaron ser los autores del mapa. Lo cual no impidió que nadie les creyese y que los ciudadanos estadounidenses comenzaran a inclinarse por la intervención.
El caso es que dos meses más tarde Alemania declaraba formalmente la guerra a los Estados Unidos, basándose especificamente en el discurso de Roosevelt acerca del mapa como una de las principales provocaciones.
Décadas después de finalizar la guerra el mapa se halló entre los documentos privados de Roosevelt y fue hecho público. Pero, según Nick Cull, un historiador de la Universidad del Sur de California, que ha estudiado el mapa, éste no es lo que parece ser, tal y como publicó Mental Floss hace unos días. Al parecer se trata de una muy buena falsificación. Pero no la hicieron los alemanes ni los norteamericanos.
En realidad, el mapa fue creado por la inteligencia británica. Éstos llevaban mucho tiempo presionando a los Estados Unidos para que entrasen en el conflicto. Había que encontrar la manera de cambiar el sentido de la opinión pública norteamericana, y que mejor que un mapa. Los mapas, afirma Cull, “son una conocida e increiblemente poderosa herramienta de propaganda, porque plasman las amenazas con un cierto nivel de tangibilidad”. Y además, los británicos tenían el precedente del telegrama Zimmerman, que ellos mismos habían filtrado y que había supuesto la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. En el telegrama, que era auténtico, los alemanes habían prometido a Mexico entregarles Texas si atacaban a los Estados Unidos.
El mapa sería obra de William Stephenson, amigo personal de Churchill y encargado de la inteligencia británica en norteamérica en aquellos años. Se habría basado para su confección en auténticos mapas nazis de una futura Sudamérica, pero modificando las fronteras de tal manera que alterasen y enfadasen al mayor número posible de mandatarios.
Según las memorias de uno de los miembros del equipo de Stephenson, que al parece incluía al mismísimo Roald Dahl, el plan original consistía en dejar el mapa en algún lugar de Cuba, para que el FBI pudiera encontrarlo. Sin embargo al final fueron ellos mismos quienes se lo llevaron en mano, alegando que había sido descubierto en el registro de un refugio nazi.
El único misterio que queda por aclarar es si Roosevelt conocía en engaño. El caso es que le vino muy bien para conseguir sus objetivos. Cull señala que en las notas de Roosevelt para su discurso acerca del mapa el presidente había escrito en primer lugar “Tengo en mi poder un mapa de indudable autenticidad”. Pero luego revisó esa linea y escribió “Tengo en mi poder un mapa secreto”. Quizá eso sea una pista. Tampoco era cuestión de mentir abiertamente a sus ciudadanos.
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