Rune Elmquist no es un nombre demasiado famoso, por lo menos no tanto como el de su compatriota Alfred Nobel. Ambos fueron inventores. Nobel inventó la dinámita y se hizo de oro, dejando después su fortuna para los premios que llevan su nombre. Elmquist también inventó algunas cosas que hoy nos son imprescindibles.
Nacido en 1906, trabajó como médico en el Hospital Universitario Karolinska de Solna, en Suecia. Allí fue donde en 1958 desarrolló el primer marcapasos implantable. Pero diez años antes, en 1948, había inventado algo que hoy usamos habitualmente en hogares y oficinas de todo el mundo: la impresión por inyección de tinta.
Claro que las impresoras ni los ordenadores personales existían todavía. El objetivo era conseguir disponer de un electrocardiograma en tiempo real. Algo imprescindible para que los electrocardiogramas fueran clínicamente útiles. Hasta entonces se utilizaba para ello papel fotográfico que, consecuentemente, debía ser revelado para poder ser utilizado.

Como más tarde explicaría el propio Elmquist en una entrevista en 1978, la idea de la inyección de tinta surgió en una fría noche de invierno. Mientras hacía sus necesidades en la nieve se le ocurrió que un fino chorro de tinta lanzado con la presión correcta sobre un papel rodante podría imprimir los trazos del electrocardiograma.
Así que se puso manos a la obra, utilizando una pequeña boquilla por la que se lanzaba un chorro de tinta de 10/1000 milímetros. El día 21 de septiembre de 1949 se presentaba la solicitud para un instrumento de medición de tipo grabación en la Oficina de Patentes de los Estados Unidos. La patente fue concedida el 4 de septiembre de 1951. Había nacido la impresión por inyección de tinta.
El nombre que Elmquist le dió a su invento fue Mingografo, que como se pueden imaginar deriva del latín Mingo (orinar). Y del mingografo, con el tiempo, llegarían nuestras impresoras de inyección de tinta.
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