Ya hemos hablado aquí del Museo de la Evolución Humana, uno de los equipamientos culturales más importantes de Burgos. Fue creado para albergar la colección de hallazgos prehistóricos de los vecinos yacimientos de Atapuerca y de paso servir como aula didáctica de todo lo relativo a los procesos de hominización y humanización experimentados por nuestros ancestros del Paleolítico.
Pero lo bueno para los burgaleses, o cualquier otro visitante de fuera, es que los directores del centro (con Juan Luis Arsuaga a la cabeza) han decidido no limitar el calendario de actividades y eventos a ese período primitivo, ensanchando el campo de actuación a otras etapas de la Historia. Entre ellas la Edad Media, visto el título y contenido de la última exposición que ofrece el museo.
Se trata de Bestiaria, el descubrimiento de un reino, un paseo por el fascinante mundo de la fauna mitológica medieval que, como sabemos, está plagada de monstruos y seres fantásticos, unos con base real y otros nacidos directamente de la calenturienta imaginación de entonces. En ese sentido, Arsuaga subraya que el hombre cuaternario, al igual que los pueblos indígenas actuales, tenía un conocimiento biológico superior al de cualquiera de nosotros debido a la inevitable interactuación con el medio salvaje en que vivía.
En efecto, el director científico del museo asegura que aquellos humanos primigenios poseían una información bastante detallada de las rocas y sus propiedades, de las plantas y los animales, así como de astronomía y metereología. Eran zoólogos, botánicos, geógrafos y geólogos, entre otras posibles y algo hiperbólicas denominaciones , si bien con un carácter exclusivamente local: por mucho que viajasen, toda esa protociencia se circunscribía a una zona relativamente limitada donde nacían, vivían y morían; al menos en general.
Del resto del mundo, entendiendo por tal regiones lejanas, sólo les llegarían noticias. Y entre las diferencias naturales que había de un sitio a otro y las inevitables deformaciones de la narración oral -aún no se había inventado el documento escrito, que es lo que separa la Prehistoria de la Historia-, la visión que se formaban de ese mundo exterior tenía que ser forzosamente irreal, fabulosa.
Algo que no se circunscribió a esos tiempos. Pese a los avances y la ampliación de las fronteras de lo conocido, el Medievo llegó con muchas carencias aún. Carencias que se agravaron con la crisis demográfica, la decadencia cultural que supuso el declinar de las ciudades y la casi extrema labor eclesiástica como depositaria del saber. Así, los relatos que traían los viajeros, a menudo exagerados para darse autobombo (Marco Polo, por ejemplo) o simplemente al ser réplicas de cosas oídas pero no comprobadas, dieron lugar a los famosos bestiarios.
Eran libros ilustrados que intentaban hacer una labor mezcla de ciencia y moral, describiendo animales y plantas pero casi siempre con tintes ajenos a la realidad o interpretados de forma errónea. El unicornio era la idealización de un animal africano nunca visto (el rinoceronte); el pelícano se abría el pecho para alimentar a sus crías con su sangre, el armiño procuraba no manchar nunca su bello pelaje, etc.
También había hueco para otras criaturas falsas o legendarias. El dragón es el caso típico, aunque lo más habitual eran los seres de la mitología clásica: las arpías, el ave Fénix, el basilisco, las sirenas… Muchos de ellos se perpetuaron en las creencias populares y supersticiones hasta hace relativamente poco.
La exposición Bestiaria que ahora se inaugura en Burgos -durará hasta septiembre- muestra una recopilación de buena parte de esta peculiar e imaginativa fauna, desde el Medievo hasta el Barroco pasando por el Renacimiento. Períodos importantes estos últimos porque en ellos ya funcionaba la imprenta, lo que dio un impulso extraordinario a la propagación y difusión del tema bibliográficamente, antaño sujeto a las limitaciones del volumen manuscrito, al relieve del capitel o al vitral y a partir de ahí susceptible de revisión científica.
Más información: Museo de la Evolución Humana
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