Cuando se habla de hacer un crucero, lo más frecuente es imaginar un viaje por alta mar visitando varios países, como los que las agencias ofertas en el Mediterráneo, Báltico, Caribe y demás. Otra opción son los fluviales, de los que el que recorre el Nilo sería el ejemplo prototípico. Pero luego, aparte, estarían esos cruceros breves, de una sola jornada, que permiten ir tocando una serie de islas para finalmente regresar al puerto de origen.
Este último caso necesita, evidentemente, de un conjunto insular atractivo y cercano que minimice los traslados entre cada destino. El crucero por las Islas Sarónicas, próximas a Atenas, es un caso claro. Por seguir insistiendo en Grecia, otro sería el que puede hacerse por el mar Jónico. Veamos un modelo de lo que podría ser este último, teniendo en cuenta que cualquiera puede organizar su propio itinerario y que el periplo se hace con barcos pequeños, de vela incluso.
Pongamos que hemos estado visitando el noreste del país, los monasterios de Meteora y Kalambaka. Nos encaminamos entonces hacia la costa occidental dejando atrás Metsovo y llegando a la modesta ciudad de Igumenitsa, en el Épiro, que acumula influencias eslavas y venecianas. Desde su puerto suelen zarpar los citados cruceros jónicos. Uno de ellos nos llevará a la primera escala, Corfú.
La antigua Kérkyra de la mitología clásica, bautizada así por Poseidón en honor de Córcida, la ninfa que secuestró para casarse con ella, es una isla de pasado turbulento, bélico, desde la antigüedad hasta la Segunda Guerra Mundial. Hoy, sin embargo, está protegida como Patrimonio de la Humanidad gracias a atractivos como su bien conservado casco histórico o la ermita bizantina del islote de Kanoni.
La visita a Corfú puede llevar un día entero. A su término se puede volver a Igumenitsa o hacer noche en Léucade para, al día siguiente, seguir navegando hasta Lefkada. En tal caso, se encontrará una de esas fantásticas playas que parecen aún más propicias para satisfacer a la cámara de fotos que a las ganas de bañarse: la de Porto Katsiki. Luego continúa la singladura para atracar en Cefalonia, la isla más grande del Jónico y otro campo de batalla flotante a lo largo de los siglos; no hay que perderse la Cueva de Melissani.
Vuelta a embarcar para arribar a un lugar de reverberancia épica como Ítaca, la legendaria patria de Odiseo (Ulises), aunque parece ser una localización más literaria que real; que nadie espere hallar una casa con un telar a medio hacer o una fila de hachas. Por tanto, otra vez hay que hacerse a la mar con destino a Skorpios. A más de uno le sonará este nombre porque era la isla privada del multimillonario Aristóteles Onassis y su mujer Jacqueline, donde fueron enterrados tras su fallecimiento. Es un sitio diferente a los anteriores, verde, bien poblado de árboles.
Es suficiente para cubrir otra jornada de crucero. El final de éste tiene lugar en Léucade nuevamente, donde se atraca para continuar el viaje normal por tierras griegas.
Foto 1: Pitichinaccio en Wikimedia
Foto 2: Moumouza en Wikimedia
Foto 3: MyName en Wikimedia
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