Alejandro Magno era macedonio, no griego. De hecho, en una fulgurante campaña militar que asentaba lo que había empezado antes su padre, Filipo, las ciudades de la Grecia helenística fueron cayendo una tras otra en su poder y alguna de ellas, como Tebas, incluso terminó arrasada. Sin embargo, hoy es uno de los héroes históricos del país por haber sabido encauzar el odio que le tenían aquellas polis hacia otro enemigo, uno común, que era más detestado todavía: Persia.
El imperio persa se jugaba la supremacía comercial y militar en el Egeo contra el poderío griego y, para ello, había intentado invadir su territorio directamente en un par de ocasiones. Batallas como las de Maratón, las Termópilas o Salamina frenaron las aspiraciones persas pero la ofensa permanecía en el recuerdo. Así que cuando Alejandro anunció su plan de pasar a Asia Menor con un ejército, toda Grecia le secundó viendo en ello la oportunidad de vengar aquella ancestral afrenta.
En fin, no le voy a contar ahora la aventura porque es larguísima y bastante conocida. El emperador Darío fue incapaz de frenar a aquel joven genio de la guerra y perdió todas las batallas en que se enfrentó a él, desde Gránico hasta Gaugamela, pasando por Isos. De paso, las tropas macedonias liberaron las ciudades griegas de la costa y tomaron también Fenicia, Egipto, Babilonia y la misma Persépolis, para luego continuar avanzando hacia Oriente: Ecbatana, Sogdiana, Bactriana, Ghandara…
Así llegaron hasta el Punjab, en el norte de la India, donde Alejandro tuvo que echar el freno ante la negativa de sus hombres a seguir adelante. Murió durante el regreso, no se sabe si de malaria o envenenado y, con él, se deshizo el imperio que había creado, repartido entre sus generales. Quedó, eso sí, su recuerdo inmortal.
Alejandro, que como buen representante de la cultura clásica amaba las artes, sólo concedió la plasmación de su imagen a dos maestros de reconocido renombre: un pintor, Apeles, y un escultor, Lisipo, aparte del orfebre que debía retratarle en las monedas. La mayoría de las estatuas y pinturas de este personaje son de ellos o copias posteriores romanas. Pero, claro, no tenía potestad para decidir sobre lo que pasaría en los siglos posteriores sobre ese tema.
El caso es que, hoy en día, hay unas cuantas estatuas que representan al macedonio, tanto en mármol como en bronce y todas -o casi- ecuestres. Curiosamente, Atenas es la excepción. No porque no lo haya planeado alguna vez sino por esa maldición llamada burocracia. De hecho, se hizo una efigie de un Alejandro muy joven a lomos de Bucéfalo, su caballo más querido (tanto que bautizó con su nombre una ciudad). Es lam que ven en la foto anterior; obra de Yiannis Pappas, que la tuvo lista ya en 1992… sin que volviera a saberse de ella.
Al parecer debió ser una cuestión económica porque estos días se ha sabido que el alcalde de Delta, ciudad situada en la región griega de Macedonia (recordemos que también hay un país con ese nombre, surgido a raíz de la desintegración de Yugoslavia y al que Grecia veta su entrada en la UE mientras mantenga esa denominación) la adquirió para donarla a continuación a la capital.
El KAS (Consejo Central de Arqueología) dio el visto bueno y finalmente los atenienses podrán rendir homenaje al héroe. La estatua se colocará en uno de los dos sitios propuestos por las autoridades municipales: el cruce de las avenidas Vassilissis Olgas y Vassilissis Amalias o la Plaza Agion Asomaton, cerca del Teseion.
Vía: Ekathimerini
Foto cabecera: Wikimedia
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