A pesar de todo lo que se ha perdido con el tiempo, que lamentablemente es bastante, las ruinas de la antigua Roma siguen aguantando en pie para darnos testimonio del esplendor de aquella época gloriosa. Mucha gente visita la capital de Italia para ver el Vaticano o las maravillas del arte renacentista y barroco que atesora, pero ahí están también el Coliseo, el Foro, la Vía Apia, el Panteón, las Termas, lo que queda de la Domus Áurea y muchas cosas más.
Son más de dos mil años en forma de edificaciones diversas cuya longevidad demuestra la eficiencia de las técnicas constructivas romanas y la extraordinaria resistencia del hormigón empleado entonces, analizados por un equipo internacional e interdisciplinario de investigadores que recurrieron a la última tecnología para ello: los rayos X de ALS (Advanced Light Source) del Departamento de energía del Lawrence Berkeley National Laboratory estadounidense.
Lo que hizo dicho grupo fue utilizar ese sofisticado aparato para estudiar una reproducción de mortero igual al que se utilizó para aglutinar los cantos rodados de toba y ladrillo con que se construyeron los muros del Mercado de Trajano hacia el año 110 d.C. A través de la observación del mortero a lo largo de ciento ochenta días y comparando los resultados con muestras del original, el equipo descubrió que había un componente especial, cristalino, que impedía que las microfisuras crecieran.
Se llama strätlignita, un mineral formado por silicato de calcio y aluminio que refuerza la matriz del cemento y resiste la aparición de grietas merced a la formación de cristales en forma de placas, que mantienen la cohesión al conservar su resistencia química (no se corroen) y, en consecuencia, la integridad estructural; incluso en condiciones de actividad sísmica.
Marie Jackson, vulcanóloga que ya dirigió un estudio anterior en aguas romanas, es la autora de un artículo titulado Mechanical Resilience and Cementitious Processes in Imperial Roman Architectural Mortar (Resistencia mecánica y procesos del cemento en el mortero arquitectónico romano imperial), cofirmado por Eric Landis, Philip Brune, Massimo Vitti, Heng Chen, Qinfei Li, Martin Kunz, Hans-Rudolf Wenk, Paulo Monteiro y Anthony Ingraffea. El texto describe su trabajo en torno a este tema.
La mayoría de los hormigones modernos están basados en el cemento tipo Portland, cuya fabricación requiere el calentamiento de una mezcla de piedra caliza y arcilla a mil cuatrocientos grados centígrados. Ello produce unas emisiones de carbono considerables, un siete por ciento del total anual, dado que cada año se producen diecinueve mil millones de toneladas de cemento. De ahí el interés por el mortero romano, de gran capacidad de resistencia y durabilidad pero, además, con grandes ventajas medioambientales.
Y es que está compuesto por una mezcla de un ochenta y cinco por ciento de ceniza volcánica, agua dulce y cal que se calcinan a temperaturas bastante inferiores al Portland. Así, las emisiones durante su fabricación son mucho menores. Trozos gruesos de toba (otra roca volcánica) y ladrillo forman entre un cuarenta y cinco y un cincuenta y cinco por ciento del volumen total. La clave estaría en encontrar suficiente roca volcánica para satisfacer la demanda.
Vía: ScienceDaily
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