Seguramente más de uno se sorprenderá de saber que, en cierto modo, los dinosaurios no se extinguieron. Al menos no del todo. Consiguieron perpetuarse y llegara a nuestra época recurriendo al truco más viejo del mundo: la evolución y la adaptación. Se transformaron en aves.

En efecto, parece ser que los descendientes más claros de aquellos reptiles gigantes son los animales que hoy pueblan nuestros cielos. De hecho, últimamente se cree que ya por entonces, hace millones de años, empezaron a desarrollar plumaje, tal como demuestran algunos restos encontrados. Claro que no sólo las plumas son indicativas del parentesco; también tan poco llamativo a priori como la boca. Porque si los grandes saurios carnívoros ostentaban aquellas espeluznantes filas de dientes, muchos herbívoros tenían una especie de pico.

Eso sí, un pico con dientes planos para comer vegetación. Es algo que se sabe desde el descubrimiento de un fósil de Archaeopteryx en 1861. La pregunta consiguiente que muchos científicos se hacían era ¿cuándo se perdió esa dentición? La ausencia de dientes, técnicamente llamada adentulismo, no es exclusiva de los pájaros; también la presentan las tortugas, osos hormigueros, ballenas barbadas, pangolines y otros animales. El quid de la cuestión radicaba saber qué ancestro común de las aves sirve de eslabón entre picos con dientes y sin ellos.

Algo difícil ante la ausencia de registro fósil concreto. Pero un equipo de investigación compuesto por biólogos de la universidades de California y Montclair (Nueva Jersey) podrían haber encontrado la respuesta, tal como han expuesto en una serie de estudios publicados por la revista Science. Según el análisis genético de organismos cuyos restos aparecieron entre dientes de aves primitivas, ese adentulismo habría ocurrido hace más de un centenar de millones de años.

Todos los vertebrados sin dientes descienden de un ancestro que tenía dentición de esmalte. Las aves, por ejemplo, descienden de los dinosaurios terópodos, o sea, los que caminaban sobre dos patas (carnívoros). La formación de piezas dentales es un proceso complejo que necesita de la implicación de muchos genes, seis de los cuales son esenciales para crear dentina y esmalte (DSPP, AMTN, AMBN, ENAM, AMELX y MMP20). Tras examinarlos en el genoma de 48 especies de ave (o sea, la mayoría de los órdenes existentes), los expertos descubrieron que no estaban activos a causa de una mutación común a todas ellas que impide crecer el esmalte.

Ello, por lógica, remite a algún antepasado común que vivió hace unos 116 millones de años. Las evidencias fósiles y moleculares apuntan a dos fases durante las cuales pico y dientes evolucionaron conjuntamente en ese ancestro. En la primera, los dientes habrían empezado a perderse en la parte anterior de las mandíbulas, a la par que se desarrollaba un principio de pico; en la segunda se completó el proceso hasta no quedar dientes y crecer más el pico córneo en su sustitución. Ello facilitó la diversficación actual de las aves, que completaron su adaptación modificando el sistema digestivo para que realice la labor de cortar y triturar que antes hacían los dientes.

Al parecer, en los demás animales sin dientes también está inactiva parte de esos genes pero no toda, haciendo que tengan una dentición diferente. En cambio, el pariente vivo más cercano a las aves, el cocodrilo (si, curioso ¿no?) conserva y mantiene en forma esos genes; se nota.

Vía: Archeology News Networks


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