Hace cinco siglos no había aplicaciones como Todoist o Evernote, como tampoco smartphones o moleskines. Ni siquiera simples agendas que permitieran acordarse de las cosas pendientes, quizá debido a que la vida diaria era en general más tranquila y no demandaba el ritmo de trabajo actual. Al menos es lo que pasaba con la mayoría de la gente porque algunos superocupados sí que elaboraban sus listas de tareas; Leonardo da Vinci era uno de ellos.
No vamos a presentarlo ahora. Quien más quien menos sabe que era el prototipo de sabio del Renacimiento, un hombre que se convirtió en un maestro de la pintura y la escultura pero que también ha pasado a la Historia por sus conocimientos científicos (medicina, matemáticas, astronomía, física) y sus inventos. Atender tantas disciplinas a la vez sí que puede obligar a alguien a necesitar un medio de administrar su tiempo y recordar el momento para cada tema.
Et voilá. Resulta que Leonardo tenía su propia agenda. Una hoja donde iba anotando lo que tenía pendiente, lo que debía hacer, cada detalle de sus empresas. Ese documento, tan excepcional como sorprendente, tan inaudito como fascinante, apareció dentro de uno de los volúmenes escritos por el genio hacia 1490, aunque no estaba destinado a que lo conociese el público, claro. Al parecer, Leonardo solía llevarlo en un cuaderno colgado del cinturón y apuntaba todo lo que le llamaba la atención.
Recuperado por el historiador Toby Lester, que publicó su trabajo al respecto en un libro titulado Da Vinci’s Ghost: Genius, Obsession, and How Leonardo Created the World in His Own (El fantasma de Da Vinci: genio, obsesión y cómo Leonardo creó el mundo a su propia imagen), la lectura de esa lista resulta divertida y curiosa a la vez.
Lester tradujo el texto incorporando algunas correcciones y cubriendo los huecos dejados por el deterioro. ¿Quieren saber cómo era la la lista de tareas pendientes del maestro? Lean, lean, aunque algunas frases son difíciles de traducir y su interpretación es más bien imaginativa:
– [Calcular] la extensión de Milán y los suburbios.
– [Buscar] un libro que trata de Milán y sus iglesias con el cual teníamos que estar en la papelería en el camino a Cordusio.
– [Descubrir] la extensión de la Corte Vecchio (el patio del palacio del duque).
– [Descubrir] la extensión del Castello (el palacio del duque en sí).
– Traer al maestro de aritmética para que me enseñe cómo cuadrar un triángulo.
– Traer a Messer Fazio (profesor de medicina y derecho en Pavía) para que me enseñe sobre la proporción.
– Traer al fraile Brera (del monasterio benedictino de Milán) para que me muestre De ponderibus (un texto medieval de mecánica).
– [Hablar con] Giannino, el artillero, sobre por qué la torre de Ferrara está amurallada y sin foso (nadie sabe realmente lo que Leonardo quiso decir con esto).
– Preguntar a Benedetto Potinari (un mercader florentino) cómo patinan en Flandes.
– Dibujar Milán.
– Preguntar al maestro Antonio cómo se sitúan los morteros en los bastiones de día o de noche.
– [Examinar] la ballesta del maestro Giannetto.
– Encontrar un maestro de hidráulica y conseguir que me explique cómo reparar la cerradura, canal y molino a la manera lombarda.
– [Preguntar sobre] la medición del sol que me prometió el maestro Giovanni Francese.
– Intentar obtener de Vitolone (autor medieval de un texto sobre óptica), que está en la biblioteca de Pavía, lo que pueda de matemáticas.
La lista continúa. Hacia 1510 se nota un mayor interés de Leonardo por la anatomía, indicando numerosas actividades a realizar relacionadas con ese tema: examinar un cadáver, analizar la mandíbula de un cocodrilo, describir órganos internos… Y para que la cosa fuera más rara aún, los textos están escritos a la inversa, obligando a leerlos en un espejo.
Fuentes
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