Si están algo cansados de ver museos y monumentos durante su visita a Madrid permítanme recomendarles pasar una mañana en el Rastro. Eso sí, tendrá que ser un domingo (o festivo), que es cuando se monta este colosal mercado al aire libre en varias manzanas de la zona de La Latina, enmarcado entre las calles de Toledo, la Ribera de Curtidores y la Ronda de Toledo.
Pueden empezar por donde quieran, tomando el Metro a Puerta de Toledo para entrar por la esquina que ocupa el mercado homónimo, a Embajadores, en el otro extremo o, lo más habitual, a La Latina, para zambullirse en la vorágine desde la citada Plaza de Cascorro. Digo vorágine porque, si hace buen tiempo, habrá una auténtica marea humana fluyendo lentamente por esas vías, formando coágulos ante los miles de puestos y provocando que se requieran horas de paseo por la zona si se aspira a verla entera. Abre de 9:00 a 15:00.
El Rastro viene a ser el equivalente nacional de esos mercados tradicionales que aún se organizan en países lejanos y que tanto nos llaman la atención por su pintoresquismo. En realidad, Madrid no es el único sitio donde sobrevive algo así en Europa, ya que Barcelona, Londres, Roma o Ámsterdam también tienen los suyos, pero la característica del de la capital es el de aportar el nombre genérico español a este tipo de sitios.
Un nombre que proviene de su origen, pues en otros tiempos ésa era la denominación de los desolladeros y el Rastro inicial, del que hay noticias desde la primera mitad del siglo XVIII, nació precisamente en torno a los antiguos mataderos del barrio de Lavapiés: el rastro de sangre que dejaban las reses muertas desde ellos hasta las vecinas curtidurías.
Hortalizas, chatarrería, ropa y enseres domésticos diversos fueron, probablemente, los primeros objetos de compraventa en el Rastro primigenio; después irían sumándose productos traídos de América, calzado, muebles, obras de arte, complementos, perfumes, joyas, música, películas, videojuegos y, últimamente, artesanía de otros países. En realidad, en el Rastro se puede encontrar casi cualquier cosa imaginable, de ahí que sea frecuentado por coleccionistas: monedas, sellos, cómics, cromos, carteles, relojes, medallas, juguetes, cámaras de fotos…
No obstante, en la actualidad constituye un atractivo turístico en sí mismo: un gran rincón madrileño donde pasar un rato de ocio y bullicio, combinándolo a menudo con la música de organillo y aprovechando para tomar unas tapas y unas cañas en alguna de las tascas de la zona o los barquillos que aún se venden en sus clásicos tambores rojos
Más información: El Rastro de Madrid
Foto: Alberto Salguero en Wikimedia
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