
A la hora de hablar de turismo médico podemos imaginar mil sitios, pero seguro que nadie piensa en un rincón tan recóndito y exótico como Bali. Y sin embargo, muchos de quienes sen afectados por algún mal visitan la isla indonesia en busca de curación; concretamente, una localidad llamada Ubud.
Su nombre deriva de la palabra ubad, que significa medicina. No es que sea un lugar muy grande -apenas treinta mil habitantes- ni que tenga modernos hospitales, sino que ofrece la medicina tradicional, que al fin y al cabo sirve para curar tanto el cuerpo como el espíritu.
Hay que tener en cuenta que en Bali hay una concepción del cosmos basada en el equilibrio y según la cual el ser humano es el punto medio entre las fuerzas divinas que habitan en las montañas y las oscuras que se refugian en el mar. Al fin y al cabo no muy lejos, en la vecina Bedulu, se encuentra el templo Pura Puseing Jagat, donde los relieves esculpidos en vasos de piedra cuentan cómo dioses y demonios revolvieron el océano para extraer el elixir de la vida.
Retomando el hilo del equilibrio cósmico, somos por tanto un nexo de unión entre dos mundos y algunos elegidos poseen una capacidad especial para ello. Se les llama balián y suelen ejercer de curanderos. En Ubud hay muchos, desde sanadores a yoguis pasando por herboristas y gurús diversos, constituyendo un mini sector económico en auge.
También ayudan determinadas infraestructuras, si es que se pueden llamar así, de las que la más destacada quizá sea Tampak Siring, una población donde se ubica el templo Tirta Empul. Construido en el año 962 d.C, durante la dinastía Warmadewa, es un centro de peregrinación para todo aquel que busque aliviar algún mal a través de la hidroterapia.
Para ello tiene que darse un baño en sus aguas, de las que se dice que tienen propiedades terapéuticas porque brotan directamente de la tierra; o sea, de la morada de los dioses, de ahí su potencial para sanar, sobre todo, el alma. Varios caños la vierten a piscinas de piedra; el proceso implica rezar una oración, cubrirse la parte inferior del cuerpo con un pareo y entrar al agua, pasando la cabeza sucesivamente bajo cada uno de los chorros.
Dicen que eso ayuda a despejar la mente y vaciarla de contenidos impuros; la explicación más prosaica es que la fría temperatura impide pensar. Si ello no bastase, habrá que contratar una sesión con algún bailán, cuya técnica consiste en ir tocando diferentes puntos del cuerpo hasta encontrar el que está delicado para después proceder a curarlo con más rezos y mantras. Una técnica cercana al chamanismo que incluso puede hacer entrar en trance al bailán.
Por último, los más escépticos tienen otra opción para devolver vitalidad a su espíritu: el arte, ya que Ubud y sus alrededores son el lugar preferido de artistas nacionales e internacionales para establecerse, algo así como el barrio de Mont-Martre parisino. Con influencias tanto de Oriente como de Occidente, cada pueblo se especializa en un género o estilo diferente, sea la pintura, la escultura, la música, la danza, las marionetas, etc. Durante un paseo por las calles seguro que irán surgiendo la oportunidad de visitar varios estudios y, si es el caso, adquirir alguna obra original.
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