¿Recuerdan las esferas del Diquís, aquellas bolas de piedra esculpidas por un pueblo precolombino de Costa Rica de las que hablamos en otro artículo? Bueno pues hoy toca hablar de más pero trasladándonos sobre el mapa a otras latitudes: el océano Índico.

Concretamente a Nueva Zelanda, país de cuyos paisajes la saga de películas El señor de los anillos nos ha brindado imágenes espectaculares.

Pero casi todos de verdes praderas, frondosos bosques o montañas nevadas cortadas a pico.

Playa Koekohe en Moeraki / foto Bernard Spragg – dominio público en Flickr

Sin embargo, la playa neozelandesa de Koekohe alberga un sorprendente monumento natural: los enormes cantos rodados de Moeraki.

En este caso, como digo, no se deben a la mano humana sino a la acción que ejerce la naturaleza sobre las rocas de calcio cristalizado, recubriendo un núcleo capa sobre capa de forma similar a como hacen las ostras para formar las perlas. El resultado son las decenas de bolas que se pueden contemplar desperdigadas por la arena, algunas con una superficie exterior cuarteada que las asemeja a conchas de tortuga.

Playa Koekohe en Moeraki / foto Bernard Spragg – Dominio público en Flickr

Las hay de varios tamaños, entre medio metros y casi tres de diámetro, con un peso que puede alcanzar las siete toneladas. Cosas de la edad, puesto que alcanzan casi sesenta millones de años; de hecho, en el interior de algunas se han descubierto fósiles de plesiosaurios.

En cualquier caso, es tiempo suficiente como para que los nativos locales, los maoríes, las consideren sagradas y hayan ido forjando en torno suyo numerosas leyendas.

Y si no tienen bastante, acérquense a la playa de Mendocino, en la costa de California (EEUU), y se toparán con más esferas. También están en una playa, bautizada como Bowling Ball Beach; un nombre suficientemente expresivo, creo. Cuando hay pleamar el agua las cubre pero al bajar la marea quedan al descubierto para deleite de turistas y fotógrafos.

Bowling Ball Beach en California / foto John ‘K’ en Flickr

Al igual que en el caso anterior, el viento y el mar han sido los escultores de estos cantos, puliendo por erosión su superficie desde el Mioceno lo que antes se había ido formando por compactación de la arenisca.


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