Una de las pocas cosas que odio del verano es la llegada de los mosquitos. Su zumbido interrumpiendo el plácido sueño nocturno, las picaduras que suelen estropear el pase de una película en el salón o la visión misma de su torpe vuelo, suelen superiores a mi paciencia y obligarme a acometer el safari de turno, insecticida en mano.

Hay unas tres mil quinientas especies de mosquito, aproximadamente, de las cuales sólo un centenar pican al ser humano y menos aún, entre treinta y cuarenta, transmiten enfermedades importantes, sobre todo entre la gente más pobre. Por tanto, en vez de dedicar tiempo y esfuerzo en luchar contra la malaria -que suma unos doscientos diecinueve millones de casos anuales con seiscientas mil muertes-, en lugar de gastar millones y millones en medidas preventivas tan toscas como las mosquiteras impregnadas de insecticidas de larga duración, ¿por qué no actuamos directamente contra la causa y buscamos la forma de exterminar dichos mosquitos? Al fin y al cabo, el Hombre tiene larga experiencia en eso de provocar la extinción de especies ¿no?

De hecho, estamos en ello. Se están aplicando sistemas similares a los que ya se usaron para borrar de la faz de la Tierra a cierto tipo de gusanos que afectaban al ganado y a la mosca del melón: la esterilización. No es fácil, claro, y tiene ciertas contrapartidas, ya que para dejar sin descendencia a los mosquitos es necesario liberar antes grandes cantidades de individuos, machos previamente esterilizados que se cruzarán con hembras sin tener descendencia. En un lapso razonable de tiempo, a veces sólo un año, una población de insectos puede desaparecer.

El objetivo prioritario lo constituye el Anofeles que transmite la malaria pero también figura en la lista negra el Aedes del dengue, que origina entre cincuenta y trescientos noventa millones de enfermos al año (con muerte para veinticinco mil pacientes), así como la fiebre amarilla (doscientos mil casos anuales con treinta mil muertes). Por no hablar de la sangría económica que supone para un país el tratamiento médico de esos enfermos.

Otro detalle a decidir es qué regiones del planeta deberían ser las primeras en convertirse en campo de batalla contra los mosquitos y, en caso de tener éxito en los primeros intentos, concretar con los proveedores el suministro de cantidades suficientes de insectos estériles -hablamos de muchos millones de bichos- para completar del todo las operaciones. Todo ello sin olvidarse de conservar muestras de población, por si el plan tiene resultados ecológicos imprevistos y hay que reintroducir la especie erradicada.

Aunque no falta quien cree que extinguir unas cuantas especies de mosquito no tendría un efecto importante y algunas voces advierten de que en esos países hay problemas más urgentes, otras opinan que conseguir reducir de forma drástica las citadas enfermedades redundaría en una mejora de la salud y, consecuentemente, de la economía, dando lugar a todo un efecto dominó positivo.

El único problema, como casi siempre, es el coste y la voluntad política de acometerlo. Hasta ahora, los planes no dejaron de ser experimentos piloto que se desarrollaron en El Salvador y la India; ninguno se completó porque el país americano sufrió una guerra civil mientras que en el asiático corrió el infundio de que se trataba de ensayos de guerra bacteriológica.

Y, sin embargo, se calcula que sólo un millón de dólares bastaría para financiar las instalaciones destinadas a la eliminación de mosquitos en regiones del África negra asoladas por la malaria y resto de enfermedades que transmiten. Fue el dinero que donó en 2007 un ciudadano anónimo para la cría de insectos estériles en Sudán; salía a dólar el mosquito, aproximadamente. Con tan poco coste, bastaría incrementar un poco el presupuesto pero esta vez sabiendo ya con seguridad que la campaña resultará efectiva.

Según los expertos, haría falta un año para la planificación y la cría de insectos, dos para la ampliación y entre tres y cinco para intervenir en el área elegida. Y todo ello teniendo en cuenta que, paralelamente, también se trabaja en la manipulación genética de hembras de mosquito para que sean incapaces de procrear, lo que podría disminuir los plazos. ¿Estará echada la suerte de esas especies?

Vía: Rockstar Research Magazine

Foto: James Gathany en Wikimedia

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