Es el monumento por excelencia de París y de Francia entera. Casi se puede decir que es un icono mismo de su época. Los trescientos veinticuatro metros de la Torre Eiffel constituyen, probablemente, el único rincón del país que nadie deja de visitar, por corta que sea su estancia en la Ciudad de las luces, aún cuando su contemplación se limite al exterior, bajo su estructura, tumbado sobre la hierba del Campo de Marte o desde las terrazas del Trocadero.
No está mal para una obra tan rara en su tiempo que iba a ser temporal, desmontándose al término de la Exposición Universal de 1889, para la cual fue construida. Algunos intelectuales contemporáneos la aborrecieron hasta el punto de dar un rodeo para no verla, como el poeta Verlaine. Otros la usaron como plataforma para intentar volar con esperpénticos ingenios, caso del famoso Reisfledt, que lo único que consiguió fue estamparse contra el suelo, aunque inmortalizándose en una de las primeras películas que se hicieron.
Dotada de gran estabilidad gracias al entramado metálico con que fue diseñada y construida -el viento pasa entre los hierros produciendo una oscilación máxima de doce centímetros-, la subida a la torre puede hacerse a pie por sus mil seiscientos cincuenta y dos escalones o en los ascensores, si bien la cola para éstos es interminable y disuasoria.
Por suerte los horarios son muy amplios, aunque depende de si se usa el ascensor o no (de todas formas, andando sólo se llega hasta la segunda planta): en verano, entre mediados de junio y finales de agosto, de 9:00 a 00:45; el resto del año, de 9:30 a 23:45 (en ascensor) y de 9:30 a 18:30 (a pie).
Hay taquillas en tres de los cuatro pilares del monumento: sur, norte y este. El oeste es una oficina de información y taquilla sólo para grupos. Quien ya disponga de entrada puede acceder por una fila específica pero ojo, porque para subir a la cumbre no vale cualquier entrada y hay que pagar un suplemento.
Cada uno de los tres pisos dispone de atractivos por sí misma para hacer un alto. En el primero, a cincuenta y siete metros, está el Restaurante 58 Tour Eiffel, donde las limitaciones de espacio obligan a reservar con tiempo. Este año 2014 se incorporan algunas novedades, como un suelo de vidrio para tener la sensación de caminar sobre el vacío, una sala de exposiciones y conferencias, una película que promete emociones fuertes, un minimuseo sobre la historia del monumento y una tienda.
La segunda planta, situada a ciento quince metros, tiene más tiendas de recuerdos y un buffet, además de los miradores telescópicos. A partir de ahí, para seguir subiendo hay que cambiar de ascensor, siempre que se haya sacado el billete correspondiente, del que hablaba antes.
Una vez en la cumbre, a doscientos setenta y seis metros (los cuarenta y ocho restantes corresponden a una antena) no hay que perderse las espléndidas panorámicas de París, bien a ojo, bien usando los miradores o bien llevando unos prismáticos; si hace buen día se puede vislumbrar a lo lejos incluso el chapitel de la Catedral de Chartres. Un friso en el nivel inferior (interior) muestra a dónde mirar exactamente. En el superior se encuentra una recreación del despacho de Gustave Eiffel, el ingeniero que diseñó esa célebre torre.
También en ese nivel se puede rematar la visita degustando una copa de champán, a elegir entre blanco y rosado. Ya se imaginarán que no es precisamente barato pero podrán presumir de haberse dado el gustazo sibarita.
Más información: La Tour Eiffel
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